sábado, 6 de julio de 2019

TOMAR DISTANCIA DE LAS IZQUIERDAS



Desde hace varios años vengo denunciando el estatismo, el autoritarismo, la violación de los derechos humanos y finalmente el carácter dictatorial y de “hipocresía social totalitaria” del gobierno de Venezuela, además del drama social que resulta de su pésima gestión económica.

Ha sido el de Venezuela un proceso de deterioro tendencial que se ha venido acelerando, y que podría haberlo reconocido desde que Nicolás Maduro asumió el poder, cualquier persona que no estuviera obnubilado por la ideología izquierdista,. Para verlo y entenderlo no era necesario seguir la información de la prensa opositora, sino escuchar los discursos del propio Maduro, de Diosdado Cabello y del general Vladimir Padrino López. Al comienzo la orientación autoritaria se notaba poco y podía quedar oculta en un discurso centrado en la justicia y la liberación; pero pronto la tendencia dictatorial se hizo patente, especialmente cuando empezaron a encarcelarse y a quitarle los derechos cívicos a dirigentes opositores, Leopoldo López entre muchos.

Sensible frente a las violaciones de los derechos humanos por haberlas experimentado personalmente durante la dictadura militar en Chile, las denuncié apenas empecé a observarlas en Venezuela. Muchos de mis seguidores en las redes sociales se indignaron y me tildaron de reaccionario, pro-imperialista y cosas por el estilo.

Hago un paréntesis para explicar que con Venezuela me unen lazos estrechos. Conozco numerosas experiencias de economía solidaria, cooperativas, organizaciones económicas populares y alternativas diversas, que me invitaron a compartir conocimientos con ellos en muchas ocasiones. Con ellas he colaborado en diferentes formas y momentos. En los primeros años del gobierno de Hugo Chávez fui invitado por el Ministerio de Planificación y por el Banco Central de Venezuela, y pude dar cursos y charlas en varios Ministerios, y organicé una importante investigación sobre el desarrollo de la economía solidaria, la economía popular y el “tercer sector” en ese país. En esos años había al nivel del gobierno bolivariano dos tendencias. Una era favorable a una economía de autogestión social, de cooperación y de activación de la economía popular y solidaria. Otra era una tendencia estatista, fuertemente influida por Cuba. Yo traté de colaborar y apoyar la primera tendencia. Percibí alarmado que se iba imponiendo la segunda. Continué colaborando y viajando a Venezuela aún después de que fui asaltado, con armas de fuego, en un taxi desde el aeropuerto a la ciudad, en que me dejaron botado a orillas de la carretera.

Después, en la medida de mis posibilidades y contactos, me he esforzado en explicar la gravedad de la situación y la tendencia autoritaria, no solamente a los venezolanos que conozco, sino en general entre las personas de izquierda en latinoamérica. Una situación y una tendencia cuya gravedad no era captada por las personas de esa orientación política.

Es que, para darse cuenta de eso en los inicios del devarío, se requiere cierta formación teórica e histórica que no poseen. Esa formación es la que nos permite captar la dirección de los procesos, que es lo más importante. Hay que saber lo que enseñó Aristóteles, que un pequeño error al principio se hace grande al final. Esto es así no sólo en el pensamiento sino también en la práctica. Por ejemplo en la política, una tendencia autoritaria que se considera de menor importancia al comienzo, a menudo conduce a la consolidación de una dictadura.

De ahí la importancia de reaccionar a tiempo, de corregir las desviaciones, de denunciar y resistir frente a tendencias dañinas que, cuando son pequeñas se las cree inofensivas y tolerables, pero que de no ser oportunamente detenidas o corregidas, terminan produciendo daños enormes. (*)

Lo mismo vale respecto a los fenómenos de corrupción, de vinculación de la política con los negocios, y de falta de coherencia en el accionar económico de los gobiernos. También esto lo denuncié oportunamente analizando lo que sucedía en Brasil en tiempos de Dilma Roussef. Y también entonces recibí críticas feroces de gentes de izquierda, que no comprenden que esas tendencias al deterioro de sus políticas las daña no sólo a ellas sino a todos los que bregamos por la justicia, la libertad y la solidaridad.

Arruinar un país, con todo el sufrimiento humano que significa; destruir una democracia; desprestigiar los ideales de transformación social, justicia y liberación popular; y no renunciar sino mantenerse en el poder aún a costa de violar los derechos humanos, demuestra miseria moral, vileza e hipocresía. Ante todo eso, no es posible mirar hacia otro lado y callar. Los que insisten torpemente en que si uno critica tendencias dictatoriales o la corrupción política en gobiernos de izquierda está defendiendo el capitalismo, son los que llevan a que las izquierdas se inhiban y no sean capaces de reaccionar ante realidades que las dañan profundamente y las llevan inevitablemente a perder credibilidad.

Hace algunos años escribí y difundí en un video la necesidad de tomar distancia de las tendencias radicalizadas y violentas anti-sistémicas. Ahora planteo con claridad y más ampliamente, que es necesario tomar distancia de las izquierdas políticas. Hacerlo en forma neta, decidida, transparente. Se lo digo especialmente a quienes participamos e impulsamos la economía solidaria y el cooperativismo; el desarrollo de organizaciones autónomas de la sociedad civil; las búsquedas teóricas y prácticas de transición hacia una nueva civilización, creativa, autónoma y solidaria, no capitalista ni estatista.

Recibiré improperios y múltiples críticas por sostener esto. Lo menos que se dirá es que defiendo y “hago el juego” al capitalismo y a la derecha. No me preocupa. Porque tengo claro que me motiva únicamente el buen desarrollo de la economía solidaria y de los trabajos por caminar hacia una civilización superior, justa, solidaria y libertaria. Si éstas se mantienen ligadas a esas izquierdas estatistas, autoritarias y corruptas, corren el peligro de ser confundidas y desprestigiarse ante las mayorías que no saben distinguir suficientemente una cosa de otra.

Y a quienes me critiquen, me esforzaré por explicarles que no tomar distancias de las izquierdas que parece que son inevitablemente estatistas, y que fácilmente se corrompen y derivan en actuaciones autoritarias, las lleva a apoyar procesos que van exactamente en contra de sus propios ideales de justicia, solidaridad y liberación. Por dos razones fundamentales:

Una es que, como lo enseña la historia universal, “el poder corrompe”, y quienes ponen entre sus objetivas y metas conquistar el poder, empiezan a corromperse en el mismo camino hacia lograrlo. En la lucha por el poder se sacrifica demasiado la ética.Además, el poder es, por definición, tratar de imponer a otros, a la sociedad, la propia voluntad, las propias convicciones, y que otros realicen lo que uno desea. Y eso es, en esencia, dominar, no liberar. 

La otra cosa que es importante que se comprenda es que hoy el estatismo es reaccionario. Lo que en una época pudo ser progresista, en el sentido de significar un progreso para la humanidad, con el paso del tiempo, el cambio en las condiciones históricas, y el agotamiento de sus capacidades y dinámicas creativas, se convierte en un lastre, en un obstáculo para nuevos adelantos y desarrollos de las personas y sociedades. Es lo que ocurre hoy con el estatismo, esa tendencia a atribuir al Estado la responsabilidad de resolver los grandes problemas de la desigualdad económica, del deterioro de la biósfera y el cambio climático, del consumismo, del endeudamiento, del desorden social, de la corrupción de la clase política y la burocracia pública, del aumento de la delincuencia, de la pérdida de valores y del sentido de la vida. Problemas, todos estos, que en alguna importante medida han sido y están siendo causados por el estatismo, y que están afectando al Estado mismo, que por consiguiente no está en condiciones de enfrentar y resolver.

Es un error creer que el Estado tiene capacidades de realizar transformaciones sistémicas y resolver los problemas de la sociedad contemporánea. Es un error grave, porque induce a tres actitudes inconducentes.

1. En muchos casos genera la pasividad de los ciudadanos frente a los problemas que los afectan, al mantenerse en espera de que sea el Estado quien se los resuelva.

2. En otros casos se produce la ilusión de ciertos movimientos sociales que imaginan que si se presiona fuerte a los gobiernos tomarán las decisiones que cambiarán el mundo, lo que nunca ocurre. Hay que asumir que los Estados tienen limitaciones estructurales que les impiden superar el capitalismo, independientemente de la voluntad de hacerlo que pueda tener un gobierno de turno. Hay que entender que entre el capitalismo y el estatismo hay relaciones funcionales, siendo ambos componentes orgánicos de la civilización cuya agonía estamos viviendo.

Y 3. En la medida en que el Estado provea soluciones, satisfactores y entretenciones (panem et circerses) que las personas, las familias o las comunidades locales podrían alcanzar por sí mismas, ellas terminan dependiendo del Estado para su subsistencia; y por tanto, dependientes de quienes ejercen el poder. Y así van disminuyendo en las personas, comunidades y organizaciones, las capacidades de enfrentar sus necesidades, aspiraciones y proyectos en base a su propias energías, creatividad, asociatividad y solidaridad que, en cambio, se expandirían si enfrentaran sus necesidades y problemas por sí mismos.

Lo vengo diciendo desde hace mucho tiempo: se necesita – y la estamos desarrollando - una nueva estructura del conocimiento, de la proyectación y de la acción transformadora.

Luis Razeto

(*) Cabe decir que lo mismo vale al revés. Una buena idea, una experiencia valiosa, inicialmente pequeños y poco reconocidos, pueden llevar a bienes inmensos. Por eso es necesario buscar y captar la dirección en que avanzan los procesos, mas que el tamaño que hayan alcanzado en un momento dado. Lo grande se hace patente por sí mismo. Es a lo incipiente a lo que hay que prestar atención. Lo señalo especialmente en relación a las iniciativas de economía cooperativa y solidaria, a las que las mismas personas de orientación izquierdista prestan poca atención y no saben valorar y reconocer.