Desde
hace varios años vengo denunciando el estatismo, el autoritarismo,
la violación de los derechos humanos y finalmente el carácter
dictatorial y de “hipocresía social totalitaria” del gobierno de
Venezuela, además del drama social que resulta de su pésima gestión
económica.
Ha
sido el de Venezuela un proceso de deterioro tendencial que se ha
venido acelerando, y que podría haberlo reconocido desde que Nicolás
Maduro asumió el poder, cualquier persona que no estuviera
obnubilado por la ideología izquierdista,. Para verlo y entenderlo
no era necesario seguir la información de la prensa opositora, sino
escuchar los discursos del propio Maduro, de Diosdado Cabello y del
general Vladimir Padrino López. Al comienzo la orientación
autoritaria se notaba poco y podía quedar oculta en un discurso
centrado en la justicia y la liberación; pero pronto la tendencia
dictatorial se hizo patente, especialmente cuando empezaron a
encarcelarse y a quitarle los derechos cívicos a dirigentes
opositores, Leopoldo López entre muchos.
Sensible
frente a las violaciones de los derechos humanos por haberlas
experimentado personalmente durante la dictadura militar en Chile,
las denuncié apenas empecé a observarlas en Venezuela. Muchos de
mis seguidores en las redes sociales se indignaron y me tildaron de
reaccionario, pro-imperialista y cosas por el estilo.
Hago
un paréntesis para explicar que con Venezuela me unen lazos
estrechos. Conozco numerosas experiencias de economía solidaria,
cooperativas, organizaciones económicas populares y alternativas
diversas, que me invitaron a compartir conocimientos con ellos en
muchas ocasiones. Con ellas he colaborado en diferentes formas y
momentos. En los primeros años del gobierno de Hugo Chávez fui
invitado por el Ministerio de Planificación y por el Banco Central
de Venezuela, y pude dar cursos y charlas en varios Ministerios, y
organicé una importante investigación sobre el desarrollo de la
economía solidaria, la economía popular y el “tercer sector” en
ese país. En esos años había al nivel del gobierno bolivariano dos
tendencias. Una era favorable a una economía de autogestión social,
de cooperación y de activación de la economía popular y solidaria.
Otra era una tendencia estatista, fuertemente influida por Cuba. Yo
traté de colaborar y apoyar la primera tendencia. Percibí alarmado
que se iba imponiendo la segunda. Continué colaborando y viajando a Venezuela aún después de que fui asaltado, con armas de fuego, en un
taxi desde el aeropuerto a la ciudad, en que me dejaron botado a
orillas de la carretera.
Después,
en la medida de mis posibilidades y contactos, me he esforzado en
explicar la gravedad de la situación y la tendencia autoritaria, no
solamente a los venezolanos que conozco, sino en general entre las
personas de izquierda en latinoamérica. Una situación y una
tendencia cuya gravedad no era captada por las personas de esa
orientación política.
Es
que, para darse cuenta de eso en los inicios del devarío, se
requiere cierta formación teórica e histórica que no poseen. Esa
formación es la que nos permite captar la dirección de los
procesos, que es lo más importante. Hay que saber lo que enseñó
Aristóteles, que un pequeño error al principio se hace grande al
final. Esto es así no sólo en el pensamiento sino también en la
práctica. Por ejemplo en la política, una tendencia autoritaria que
se considera de menor importancia al comienzo, a menudo conduce a la
consolidación de una dictadura.
De
ahí la importancia de reaccionar a tiempo, de corregir las
desviaciones, de denunciar y resistir frente a tendencias dañinas
que, cuando son pequeñas se las cree inofensivas y tolerables, pero
que de no ser oportunamente detenidas o corregidas, terminan
produciendo daños enormes. (*)
Lo
mismo vale respecto a los fenómenos de corrupción, de vinculación
de la política con los negocios, y de falta de coherencia en el
accionar económico de los gobiernos. También esto lo denuncié
oportunamente analizando lo que sucedía en Brasil en tiempos de
Dilma Roussef. Y también entonces recibí críticas feroces de
gentes de izquierda, que no comprenden que esas tendencias al
deterioro de sus políticas las daña no sólo a ellas sino a todos
los que bregamos por la justicia, la libertad y la solidaridad.
Arruinar
un país, con todo el sufrimiento humano que significa; destruir una
democracia; desprestigiar los ideales de transformación social,
justicia y liberación popular; y no renunciar sino mantenerse en el
poder aún a costa de violar los derechos humanos, demuestra miseria
moral, vileza e hipocresía. Ante todo eso, no es posible mirar hacia
otro lado y callar. Los
que insisten torpemente en que si uno critica tendencias
dictatoriales
o
la corrupción política en gobiernos de izquierda
está defendiendo el
capitalismo,
son
los
que llevan
a que las
izquierdas se inhiban y no sean capaces de reaccionar ante realidades
que las
dañan
profundamente y las llevan
inevitablemente a perder credibilidad.
Hace
algunos años escribí y difundí en un video la necesidad de tomar
distancia de las tendencias radicalizadas y violentas
anti-sistémicas. Ahora planteo con claridad y más ampliamente, que
es necesario tomar distancia de las izquierdas políticas. Hacerlo en forma neta, decidida, transparente. Se lo digo
especialmente a quienes participamos e impulsamos la economía
solidaria y el cooperativismo; el desarrollo de organizaciones
autónomas de la sociedad civil; las búsquedas teóricas y prácticas
de transición hacia una nueva civilización, creativa, autónoma y
solidaria, no capitalista ni estatista.
Recibiré
improperios y múltiples críticas por sostener esto. Lo menos que se
dirá es que defiendo y “hago el juego” al capitalismo y a la
derecha. No me preocupa. Porque tengo claro que me motiva únicamente
el buen desarrollo de la economía solidaria y de los trabajos por
caminar hacia una civilización superior, justa, solidaria y
libertaria. Si éstas se mantienen ligadas a esas izquierdas
estatistas, autoritarias y corruptas, corren el peligro de ser
confundidas y desprestigiarse ante las mayorías que no saben
distinguir suficientemente una cosa de otra.
Y
a quienes me critiquen, me esforzaré por explicarles que no tomar
distancias de las izquierdas que parece que son inevitablemente
estatistas, y que fácilmente se corrompen y derivan en actuaciones
autoritarias, las lleva a apoyar procesos que van exactamente en
contra de sus propios ideales de justicia, solidaridad y liberación.
Por dos razones fundamentales:
Una
es que, como lo enseña la historia universal, “el poder corrompe”,
y quienes ponen entre sus objetivas y metas conquistar el poder,
empiezan a corromperse en el mismo camino hacia lograrlo. En la lucha por el poder se sacrifica demasiado la ética.Además, el
poder es, por definición, tratar de imponer a otros, a la sociedad,
la propia voluntad, las propias convicciones, y que otros realicen lo
que uno desea. Y eso es, en esencia, dominar, no liberar.
La
otra cosa que es importante que se comprenda es que hoy el estatismo
es reaccionario. Lo
que en una época pudo ser progresista, en el sentido de significar
un progreso para la humanidad, con el paso del tiempo, el cambio en
las condiciones históricas, y el agotamiento de sus capacidades y
dinámicas creativas, se convierte en un lastre, en un obstáculo
para nuevos adelantos y desarrollos de las personas y sociedades. Es
lo que ocurre hoy con el estatismo, esa tendencia a atribuir al
Estado la responsabilidad de resolver los grandes problemas de la
desigualdad económica, del deterioro de la biósfera y el cambio
climático, del consumismo, del endeudamiento, del desorden social,
de la corrupción de la clase política y la burocracia pública, del
aumento de la delincuencia, de la pérdida de valores y del sentido
de la vida. Problemas, todos estos, que en alguna importante medida
han sido y están siendo causados por el estatismo, y que están
afectando al Estado mismo, que por consiguiente no está en
condiciones de enfrentar y resolver.
Es
un error creer que el Estado tiene capacidades de realizar
transformaciones sistémicas y resolver los problemas de la sociedad
contemporánea. Es un error grave, porque induce
a tres
actitudes inconducentes.
1.
En muchos casos genera la pasividad de los ciudadanos frente a los
problemas que los afectan, al
mantenerse en espera de que sea el Estado quien se los resuelva.
2.
En otros casos se produce la ilusión de ciertos movimientos sociales
que imaginan que si se presiona fuerte
a los gobiernos tomarán las decisiones que cambiarán el mundo, lo
que nunca ocurre. Hay que asumir que los Estados tienen limitaciones
estructurales que les impiden superar el capitalismo,
independientemente de la voluntad de hacerlo que pueda tener un
gobierno de
turno.
Hay que entender que entre el capitalismo y el estatismo hay
relaciones funcionales, siendo ambos componentes orgánicos de la
civilización cuya agonía
estamos viviendo.
Y
3.
En
la medida en que el Estado provea soluciones, satisfactores y entretenciones (panem et circerses) que las personas, las familias o las comunidades locales podrían alcanzar por sí mismas, ellas terminan dependiendo del Estado para su
subsistencia; y por tanto, dependientes de quienes ejercen el poder. Y
así
van disminuyendo en las personas, comunidades y organizaciones,
las capacidades de enfrentar sus necesidades, aspiraciones y
proyectos en base a su propias energías,
creatividad, asociatividad y solidaridad que,
en cambio, se expandirían si enfrentaran sus necesidades y problemas
por sí mismos.
Lo
vengo diciendo desde hace mucho tiempo: se
necesita –
y la estamos desarrollando -
una nueva estructura del conocimiento, de la proyectación y de la
acción transformadora.
Luis
Razeto
(*) Cabe
decir que lo mismo vale al revés. Una buena idea, una experiencia
valiosa, inicialmente pequeños y poco reconocidos, pueden llevar a
bienes inmensos. Por eso es necesario buscar y captar la dirección
en que avanzan los procesos, mas que el tamaño que hayan alcanzado
en un momento dado. Lo grande se hace patente por sí mismo. Es a lo
incipiente a lo que hay que prestar atención. Lo señalo
especialmente en relación a las iniciativas de economía
cooperativa y solidaria, a las que las mismas personas de
orientación izquierdista prestan poca atención y no saben valorar
y reconocer.