martes, 29 de octubre de 2019

HACIA UN NUEVO PENSAMIENTO ECONÓMICO Y UNA NUEVA ECONOMÍA: LA TRANSFORMACIÓN NECESARIA.


Lo primero que quiero decirles es que una nueva economía, alternativa, no-capitalista, ya existe, y se está desarrollando con fuerza. Es la que llamamos economía de solidaridad, o economía solidaria, o economía de solidaridad y trabajo. Es una economía real, grande, en proceso de expansión y perfeccionamiento. Ella es muy variada y heterogénea, rica de experiencias diversas, pero que tienen en común una serie de rasgos que la hacen inconfundible. En esta economía solidaria, en América Latina podemos contar la existencia de decenas y cientos de miles de organizaciones y experiencias; en ellas participan millones de personas, con distinto grado de inserción.
Las experiencias que podemos identificar formando parte o constituyéndose como economía solidaria, son aquellas que operan con racionalidades económicas distintas tanto de la que tienen las empresas organizadas por el capital y que responden a la lógica de la ganancia y el lucro individual, como de las unidades económicas organizadas por el Estado y que responden a una lógica de planificación centralizada.
En términos generales, conforman la economía solidaria las iniciativas, experiencias y unidades económicas protagonizadas por familias, grupos, asociaciones, comunidades y organizaciones intermedias, y que persiguen objetivos de cooperación, ayuda mutua y reciprocidad, a nivel de sujetos sociales integrados por acuerdos y compromisos asumidos libre y conscientemente sobre la base de afinidades objetivas o culturales particulares. Nuestra economía solidaria se constituye, entonces, a partir de una cierta racionalidad económica especial, que funda modos alternativos de emprender, de organizar y de gestionar la producción, la distribución, el consumo y la acumulación.
No es posible en el breve espacio de esta exposición explicitar dicha racionalidad económica especial; pero diremos algo sobre ello más adelante. Por el momento digamos solamente que, en general, la economía solidaria se funda básicamente en dos factores cuya presencia económicamente operante da lugar a organizaciones económicas de características especiales. El primero de estos factores es la solidaridad y la cooperación, convertidos en fuerzas productivas organizadoras de las actividades económicas, lo que hemos llamado el "factor C", esto es, la fuerza creadora, organizativa y eficiente de la voluntad y la conciencia colectiva, comunitaria o asociativa. El segundo factor es el trabajo humano en el más amplio sentido, puesto al centro de la organización y por encima del capital y de los factores materiales y financieros de producción y distribución.
En términos más directos, diremos entonces que en la economía solidaria converge un conjunto de organizaciones y actividades económicas muy variadas, pero que tienen en común la presencia activa y central del trabajo humano y de la solidaridad social, como factores organizadores de la actividad económica.
¿En qué tipos de organizaciones económicas se manifiesta esta racionalidad especial, al menos de manera embrionaria pero suficiente para impactar sobre el modo de organizar y de realizar la actividad económica? Una rápida mirada panorámica a la realidad nos permitirá comprender que estamos en presencia de un mundo mucho más amplio, rico y extendido de lo que habitualmente reconocemos. En efecto, operan poniendo al centro esos dos factores básicos -y me refiero ahora a América Latina en particular-, al menos las siguientes realidades y procesos:
Pongamos en primer lugar a las cooperativas y las empresas autogestionadas, que son las formas más difundidas de búsqueda y construcción explícita y consciente de modos alternativos de organización económica, y que se han desarrollado en el ámbito de la producción, de los servicios, de la distribución y el consumo, del ahorro y el financiamiento, de la vivienda, la comercialización, el ahorro y el crédito.
Agreguemos luego las "organizaciones económicas populares", formas asociativas surgidas más o menos espontáneamente en diversos contextos de marginación y pobreza, que han dado lugar a una gran variedad de grupos de personas y familias que enfrentan en común problemas de alimentación, vivienda, desocupación, salud, capacitación y otras carencias, sobre la base de la autoayuda y la ayuda mutua. Encontramos entre otras, las ollas comunes, los comedores populares, los ‘comprando juntos’, los centros de abastecimiento, los talleres laborales, los grupos de salud, de recreación alternativa, de educación comunitaria, etc.
Relacionado con estas organizaciones, podemos considerar también al menos una parte de la más amplia "economía popular", constituida a menudo de manera informal, por personas, familias y grupos que buscan su subsistencia y progreso organizando actividades productivas, comeciales y de servicios al margen de las empresas y del mercado oficial. Muchos de ellos a menudo alcanzan viabilidad y espacios de desarrollo organizándose en sindicatos (por ejemplo de trabajadores independientes, de vendedores ambulantes, de cartoneros, etc.), en asociaciones gremiales, en ferias libres que han conquistado espacios públicos para el ejercicio de sus actividades comerciales.
Asociado con este fenómeno social de dimensiones inmensas en cada país de América Latina, podemos considerar también una parte de la realidad conocida como microempresas o microemprendimientos. Una parte importante de ellas es de hecho economía popular fundada en el trabajo, tiene una base de organización familiar y vecinal, da lugar a procesos de integración de funciones económicas (por ejemplo, al comercializar en conjunto, al participar en cooperativas de ahorro y crédito, al constituir asociaciones gremiales que operan como instancias coordinadoras de actividades conjuntas), y en todo ello pone de manifiesto también importantes relaciones y valores de solidaridad y cooperación.
Por cierto, en el mundo campesino existe en toda la región latinoamericana una extendida realidad de economía fundada en el trabajo, la solidaridad y la cooperación. La llamada "economía campesina", con sus unidades de base familiar extendida, sus articulaciones a nivel territorial y comunal, sus tradicionales formas de reciprocidad para hacer frente a los requerimientos variables y temporales de fuerza de trabajo, tecnologías, medios de producción y financiamiento, son sin duda constituyentes de nuestra economía solidaria.
También despliegan formas asociativas y de reciprocidad en las relaciones económicas, varias otras actividades de producción tradicionales, como es el caso de la pesca artesanal y su organización en "caletas de pescadores", la minería de pequeña escala realizada por "pirquineros" y otros extractores asociados, y en muchas ocasiones la artesanía como actividad en que se especializan pueblos y villorrios que adquieren una identidad por su dedicación a un rubro determinado: cerámica, trabajo de cuero, tejido, tallado de madera, trabajo de la piedra, etc.
No podemos dejar de mencionar también numerosas comunidades de pueblos indígenas, integradas económicamente por una común adscripción y posesión de la tierra y otros factores de producción, por la utilización comunitaria del ‘saber hacer’ ancestral, y donde las relaciones de reciprocidad son habituales en la distribución, el consumo y la acumulación, dando lugar a formas de vida comunitarias altamente integradas.
De más reciente origen, se están desenvolviendo en numerosos pueblos, villorrios rurales, ciudades de provincia, comunas populares urbanas, campamentos, etc., un vasto conjunto de iniciativas que integran energías organizadas de la comunidad, en términos de procesos comnocidos como programas de desarrollo local.
Existen, además, en toda América Latina, múltiples experiencias asociativas orientadas por principios de participación y desarrollo de la comunidad, formadas por mujeres, jóvenes, ancianos, pobladores sin casa, campesinos sin tierra, etc., que llevando adelante procesos de reivindicación de derechos e intereses compartidos correspondientes a sus distintas identidades, dan lugar a organizaciones sociales que de un modo u otro integran recursos y realizan actividades económicas que benefician a la comunidad local y territorial.
Cabe mencionar también iniciativas asociativas y comunitarias que se distinguen por hacerse cargo de ciertas preocupaciones sociales que son enfrentadas mediante la organización de actividades económicas conjuntas, como es el caso de experiencias de comercialización comunitaria, de autoconstrucción de viviendas utilizando tecnologías y materiales alternativos, de cultivos biológicos o de agricultura orgánica, de tecnologías alternativas que implican la utilización de fuentes de energía no contaminantes, el reciclaje de recursos, etc.
Podemos decir que la preocupación ecológica y la protección del medio ambiente están originando una incipiente búsqueda de una economía ecológica, que encuentra en las formas económicas fundadas en la solidaridad y el trabajo su expresión más coherente y natural.
Debe considerarse, también, una parte al menos del vasto mundo de las ONGs, u organizaciones no-gubernamentales de servicio y/o de desarrollo, que se organizan de maneras autogestionadas conforme a diversas alternativas jurídicas, y que se distinguen como formas institucionales o empresas "sin fines de lucro", o con explícitos fines de beneficio social. Muchas de ellas operan como instancias de apoyo a las formas económicas mencionadas anteriormente, y juegan un importante papel como organizaciones de financiamiento que gestionan fondos rotatorios, de comercialización, de asesoría organizacional, apoyo a la gestión, asistencia técnica y capacitación; otras tienen fines específicos acotados a necesidades sociales determinadas, y buscan mejorar la calidad de vida de sus beneficiados. Cabe en este sentido considerar a las numerosas fundaciones, corporaciones, asociaciones profesionales, organizaciones de voluntariado, asociaciones culturales, etc. que canalizan recursos y servicios de varios tipos, incluidos los de estudio e investigación, que contribuyen de manera significativa a darle identidad y presencia social, política y cultural a las expresiones económicas surgidas de la llamada "sociedad civil".
Forman parte de la economía solidaria, también algunos movimientos económicos que derivan de opciones éticas y espirituales, creados y realizados por personas que quieren ser consecuentes con sus creencias religiosas, con sus valores humanos, con sus búsquedas éticas y espirituales. Podemos mencionar, entre otros, el movimiento de la ‘economía de comunión’, la economía budista, la economía hinduista, la economía civil, etc.
Y también, las organizaciones del llamado comercio justo, o comercio justo y solidario, que comercializan en los países más desarrollados una gama de productos originados por pequeños productores y comunidades en los países más pobres, eliminando intermediarios y favoreciendo el consumo de productos ecológicos y producidos en condiciones de trabajo digno. También el movimiento de las finanzas éticas, o bancos éticos, que captan recursos de personas que desean que sus ahorros se empleen exclusivamente en unidades económicas comprometidas con ciertos valores de justicia, sustentabilidad ambiental, asociatividad, etc., estando dispuestos a sacrificar en parte los intereses que podrían obtener si colocaran tales ahorros en el sistema financiero y especulativo capitalista.
Y los movimientos del consumo responsable, del buen consumo, y otros que se comprometen a preferir la compra y el consumo de bienes y servicios producidos en condiciones justas, no contaminantes, sustentables, respetuosos del medio ambiente, etc.
Han surgido también organizaciones que realizan trueque y reciprocidad, generando sistemas de monedas complementarias, monedas de circulación local, autoadministradas con criterios de cooperación y confianza recíproca.
Están también las muy numerosas experiencias de economía de redes, basadas en la reciprocidad y el intercambio de saberes, servicios y recursos. Numerosas redes informáticas, el movimiento del software libre comparte también el espíritu solidario y la gratuidad, que implica poner libremente a disposición de los usuarios programas computacionales y otros servicios informáticos, en cuyo desarrollo se da una consistente cooperación.
No podemos dejar de mencionar las variadas experiencias de voluntariado, el trabajo voluntario de estudiantes y jóvenes que se hacen cargo de problemas de comunidades pobres, desarrollando iniciativas de capacitación, de desarrollo local, de construcción de viviendas, etc.
Esta visión panorámica de la multiplicidad de organizaciones que podemos considerar integrantes actuales y potenciales de la economía de solidaridad, nos permite hacernos una idea de la vigencia, importancia, actualidad y potencialidades que han adquirido las búsquedas de una nueva economía.
¿Qué distingue a todas estas iniciativas, actividades y organizaciones económicas? Ante todo, y lo más importante, es que sus integrantes no tienen en su mente, cuando se organizan, cuando realizan las actividades, cuando toman decisiones, cuando se relacionan unos con otros, no tienen en su cabeza el interés individual, el afán de lucro, la búsqueda de maximización de la utilidad propia, sino que tienen en la mente, y se comportan y relacionan, con valores, de justicia, de solidaridad, de participación, de cooperación, de comunidad. No se comportan como el ‘homo oeconomicus’ ávido y maximizador de la propia utilidad, que está a la base del comportamiento capitalista.
Junto con afirmar que la ‘nueva economía’ ya existe y que es amplia y consistente, quiero decirles que también existe, y que se está desarrollando con gran vitalidad, una nueva teoría económica, una nueva ciencia de la economía, que es capaz de dar cuenta de estas racionalidades económicas solidarias, de potenciarlas, de proyectarlas hacia niveles cada vez superiores de logro y eficiencia.
En este sentido, sostengo que se ha superado la desconfianza y reticencia respecto del pensamiento propiamente económico, que caracterizó durante casi dos siglos a las búsquedas tradicionales de economías alternativas. Es cierto que el cooperativismo y todas las búsquedas de economías no-capitalistas, han estado históricamente acompañadas de pensamiento social. Pero hay que reconocer que esas elaboraciones intelectuales han tenido un carácter eminentemente ético, pero no económico. Son propuestas de valores, son propuestas que enuncian la necesidad de justicia en la economía, de lo comunitario, de lo social, de la cooperación.
Son propuestas que dieron lugar a dos tipos de elaboración intelectual, a dos estructuras de pensamiento distintas: o son doctrinarias, o bien ideológicas. Doctrinarias, como en el caso de la “doctrina cooperativa”, o de la enseñanza o “doctrina social cristiana”, que se fundamentan en valores, principios y normas. O ideológicas, que más que fundarse en una ética filosófica lo hacen en un pensamiento político o en determinados intereses que se quiere defender, promover y generalizar en la sociedad.
Incluso, las propias búsquedas de economías alternativas tendieron durante mucho tiempo a no pensarse como experiencias económicas, sino como organizaciones sociales. Una explicación de esto es que a lo largo de toda la época moderna, cuando pensamos en la economía pensamos en el capitalismo, pensamos que lo económico es algo ligado a intereses individuales, a la búsqueda del lucro y la ganancia, como si fuera algo ilegítimo. Como si hablar de economía implicara contaminarse del capitalismo, o participar en algo no coherente con los principios de una búsqueda idealista y ética.
Fíjense que el mismo concepto de organizaciones “sin fines de lucro”, o el de entidades “non-profit”, deja sin clarificar el objetivo económico racional de estas unidades económicas. Son expresiones que se usan para establecer que no hay motivaciones economicistas, que no se es capitalista; pero al decir non-profit o sin ánimo de ganancia, sin búsqueda de utilidades, se está negando algo que es de la esencia de la economía, más allá de la organización capitalita. Porque toda y cualquier economía busca generar beneficios, producir valor económico, y hacerlo con eficiencia, o sea con el mínimo de costos y sacrificios y con el máximo resultado posible.
Esta situación puede entenderse por el hecho que la ciencia de la economía se ha formulado en una perspectiva capitalista, y después se desplegó en una perspectiva socialista y de economía estatal, y ambas orientaciones de pensamiento económico han sido altamente críticas respecto al cooperativismo, el mutualismo, la autogestión y otras formas alternativas. Especialmente los socialistas y quienes proponen economías estatales y de planificación centralizada han sido extremadamente críticos, partiendo por el marxismo que tiende a ver capitalismo también en estas economías basadas en la cooperación y la solidaridad. Algunos la valoran en ciertos aspectos, pero nunca validándola como propuesta general, mientras que el pensamiento económico capitalista ha siempre dicho que esta economía es ineficiente porque no estimula la competencia ni el natural afán de lucro,
Entonces, defendiéndose de estas críticas, quienes buscan economías alternativas, careciendo de un propio pensamiento económico, se distanciaban de lo económico y no se pensaban a sí mismas como propuestas económicas. Este ha sido un tremendo vacío histórico-cultural, que les ha impedido fortalecerse, orientarse con eficiencia, asumir objetivos económicamente racionales.
Yo pienso que, avasallado por las teorías económicas neo-clásicas, por un lado, y por otro lado atemorizado por la crítica tan radical que se ha realizado desde cierta izquierda, que ha criticado no sólo el capitalismo sino a la economía misma, que ha cuestionado no sólo el capitalismo sino también el mercado, la empresa, las ganancias, el dinero, e incluso el concepto de eficiencia, las experiencias económicas solidarias se atrincheraron en una formulación ética, doctrinaria o ideológica, inhibiéndose de construir verdadero pensamiento económico.
Pero esto terminó ya, con el surgimiento del concepto de economía solidaria. En el mismo enunciado Economía Solidaria no solamente está la legitimación de lo económico sino también, y es lo más importante, el descubrimiento de una racionalidad económica especial, que es específicamente económica pero que no tiene nada de capitalista. El pensar las experiencias cooperativas, autogestionarias y de economía solidaria en general, como genuinas y auténticas iniciativas económicas, abre a un descubrimiento fundamental: que la economía es mucho más que lo que la economía capitalista y las teorías asociadas a ella reconocen como económico.
Porque en la disciplina económica convencional se reconoce como económico solamente a aquello que pasa por una valoración monetaria y que se transa en el mercado y que adquiere precios. Cuando hablamos de Economía Solidaria en conexión con las experiencias de esta economía solidaria que he mencionado, descubrimos que la economía es mucho más que eso, que hay un campo enorme de recursos, por ejemplo de factores productivos, que no tienen una valoración monetaria y que, sin embargo, contribuyen a la producción. Descubrimos que hay muchas necesidades que se satisfacen con bienes y servicios que es necesario producir, pero que no se accede a esos bienes y servicios o a la satisfacción de esas necesidades mediante el gasto, mediante el uso del dinero.
Descubrimos que la economía en el fondo es la reproducción de la vida, el gobierno de la casa, el organizar racionalmente las actividades para subsistir, para satisfacer necesidades, aspiraciones y deseos, para progresar familiarmente, socialmente, para desarrollar todo tipo de proyectos de carácter cultural, social, político, espiritual incluso. Que la economía , igual que la política, es una dimensión presente en toda la vida, en toda actividad, en todo pensamiento, en toda acción.
No hay actividad humana que no tenga contenido económico, que no utilice recursos económicos, que no implique un uso económico del tiempo, que no implique satisfacción de necesidades, aspiraciones o deseos humanos, que no implique la utilización de recursos. Y lo económico es, en el fondo, organizar todo eso de manera más eficiente, de modo que los objetivos que las personas se propongan se alcancen en forma más plena. Y no significa necesariamente estar motivado por ambiciones egoístas, por intereses particulares, ni ponerse a competir con otros, porque se puede hacer economía, o sea vivir, reproducir la vida y ampliarla, cooperando con otros, compartiendo objetivos, distribuyendo solidariamente los beneficios, utilizando recursos que están disponibles para todos y que no necesariamente implican una apropiación privada individual que excluya a los demás.
Junto con descubrir que la economía es mucho más amplia de lo que normalmente entendemos por economía cuando la pensamos con las categorías que el capitalismo ha elaborado, descubrimos también que se puede hacer economía de distintas maneras, que hay racionalidades económicas muy distintas, que la racionalidad económica capitalista no es la racionalidad económica, sino que es una de las lógicas posibles, que hay otras que pueden ser aún más eficientes. Esto hace el concepto de Economía Solidaria: facilitar y permitir el desarrollo de un pensamiento económico propio sobre este tipo de empresas, sobre esta forma de interacción entre los sujetos, sobre los modos de consumo, sobre los recursos y factores productivos, sobre qué es y cómo opera el mercado, etc.
La expresión Economía Solidaria o Economía de Solidaridad convoca a esta elaboración de teoría y pensamiento económico, cuya ausencia ha dificultado el validarse como una alternativa económica eficiente, y resolver la contradicción que aparece entre el tener que guiarse en forma deductiva por elementos doctrinarios o normativos, y el tener que operar en la realidad económica donde todo pareciera implicar una posible contaminación.
De hecho, se ha ido construyendo un pensamiento económico nuevo, se ha ido desarrollando una teoría de la economía de solidaridad, que va más allá y es también una teoría comprensiva de la economía en general, puesto que comprende las diferentes lógicas operacionales y los distintos modos de alcanzar eficiencia económica, y que en particular enseña cómo tratar a los distintos factores y cómo operar en el mercado manteniendo coherencia con el hecho solidario, con lo esencial de lo mismos valores y principios tradicionales a los que no es necesario renunciar para alcanzar eficiencia.
Porque debemos decir, finalmente, que la teoría económica de la economía de solidaridad no sólo ha significado la comprensión rigurosa y científica de una racionalidad económica distinta a la capitalista, sino también ha fundamentado e iniciado una reformulación de la economía en general, llegando a elaborar una propuesta económica global basada en una nuevo pensamiento económico que hemos llamado “Teoría Económica Comprensiva”.
No tenemos tiempo para profundizar en esto; pero me interesa destacar que la economía de solidaridad responde también a esta necesidad profunda, de una nueva ciencia económica, que es una necesidad mucha más honda de todo lo que estoy expresando acá, y que tiene que ver con la situación en que se encuentra el pensamiento social y el conocimiento económico.
Una situación de crisis que nos plantea, también como necesidad urgente, acceder a una nueva estructura del conocimiento, a un nuevo paradigma cognitivo que supere la limitaciones del pensamiento y de las disciplinas positivistas que han enmarcado, hasta ahora, el pensamiento económico y social. Pero eso es un tema de mayor amplitud y densidad que no alcanzamos a profundizar aquí.
Pero no quiero terminar sin mencionar algunos conceptos claves de la economía, que son reformulados en esta nueva manera de concebirla y de practicarla. Por ejemplo, el concepto de mercado, que ya no es sóilo expresión de la competencia en que cada cual busca su propia utilidad, sino la expresión del hecho social fundamental, de que nos necesitamos unos a otros, y de que trabajamos unos para otros, porque no somos autosuficientes. El mercado se entiende, así, como la articulación y coordinación de decisiones económicas diversamente motivadas, y puede ser democrático o concentrado, competitivo o solidario.
El concepto de empresa, no necesariamente entendida como una inversión ca depitales que buscan su máxima rentabilidad, sino como emprendimiento cuyos protagonistas pueden ser los trabajadores que invierten su fuerza laboral, o comunidades que buscan una mejor calidad de vida. O tecnólogos que persiguen perfeccionar sus inventos e innovaciones, ampliando el campo de las aplicaciones de sus conocimientos y descubrimientos.
La comprensión de que los recursos y factores productivos no son solamente la tierra, el capital y el trabajo, sino también el que hemos llamado Factor C, esto es, la fuerza de la solidaridad, la energía que resulta de la unión de conciencias, voluntades y emociones tras objetivos compartidos. Energía poderosa que incrementa la eficiencia y la productividad de las personas y de las organizaciones que la despliegan.
La idea que los bienes y servicios y factores no se distribuyen y asignan solamente mediante relaciones de intercambio, sino también a través de formas de reciprocidad, de comensalidad, de cooperación, de donación.
La economía solidaria no rehuye sino que acepta el desafío de la eficiencia. Porque la eficiencia es un valor económico esencial, pero hay que redefinirla en términos de responsabilidad en el uso de los recursos,y de maximización de la felicidad humana y social que puede lograrse mediante los bienes y servicios producidos. Todo ello en el marco de una concepción de desarrollo humano sustentable social y ambientamente.
Termino señalando que, para que se desarrollara la nueva ciencia de la economía, que llamamos economía comprensiva, era necesario que la nueva economía, la economía solidaria, se desplegara en la práctica en toda su diversidad y riqueza, y que se abandonaran viejas ideologías que impedían asumir que estas eran realmente formas económicas genuinas.
Pero además, era necesario que se cumplieran algunas condiciones de posibilidad de esta nueva ciencia económica. Entre ellas:
a)   La profundización de la crisis del capitalismo, que por primera vez entra en una fase histórica en que sus capacidades de absorber recursos y población, son superadas por su capacidad de destruirlos y de expulsarlos.
b)   La crisis del marxismo y del comunismo, que había hecho creer que una nueva economía implicaba necesariamente la totalidad de un sistema, hegemonizado por el Estado.
c)   El despliegue real de la economía solidaria, sobre la cual realizar la teorización.
d)   Y, finalmente, la superación del paradigma epistemológico positivista, que no permitía la identificación de nuevas posibilidades, y que había excluido de los análisis científicos la subjetividad, la ética y los valores.
Luis Razeto

viernes, 25 de octubre de 2019

SE ACELERA LA CRISIS DE LA CIVILIZACIÓN MODERNA. ¿SERÁ QUE PODEMOS ACELERAR LA CREACIÓN DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN?

Observo los acontecimientos que se están verificando en Chile, y también en otros países. Protestas masivas, multitudes que se manifiestan en las calles exigiendo derechos y beneficios sociales, también saqueos y vandalismo más o menos espontáneos, y acciones violentas de grupos organizados.
Los analizo desde mi convencimiento de que estamos frente al declinar de la civilización moderna, y en la perspectiva de la urgente necesidad de iniciar la creación de una nueva civilización. Trataré de resumir lo que observo y lo que pienso en estas muy complicadas situaciones.
Muchos dicen haber sido sorprendidos por la intensidad y persistencia de estos hechos, que no imaginaban que pudieran ocurrir con tanta fuerza. A mí, en verdad, no me han sorprendido y en cierto modo los he venido previendo. Los vengo anunciando y advirtiendo en mis estudios desde hace tiempo, y más recientemente los vengo representando en mis novelas sociológicas y de anticipación histórica: LA CIVILIZACIÓN MODERNA HA ENTRADO EN SU FASE DECLINANTE Y YA AGONIZA. Su final es inevitable, aunque no podemos saber los tiempos que durará su decadencia, que serán diferentes según los niveles de consistencia que esta civilización, y su crisis, hayan alcanzado en los distintos países. Pero es importante comprender lo que sucede, examinando los procesos que han conducido a ellos.
Lo primero que muere de una civilización es su pilar cultural, que incluye los valores, la ética, la ideología, la religión, la educación, la racionalidad, que la sustentan. Eso ya ocurrió, y precisamente por eso, la caída de esta civilización es inevitable.
Después viene la caída del pilar político. En el caso actual, de la llamada democracia, que es en realidad el régimen burocrático-representativo y de partidos políticos, que gobierna al Estado. Ya se aprecia que no es capaz de resolver los problemas y de asegurar gobernabilidad. Se está desmoronando rápidamente. Después vendrá, inevitablemente, la caída del sistema económico.
En este contexto la pregunta que surge inmediatamente es ¿qué hacer?
Mi respuesta es lo que vengo elaborando y exponiendo también desde hace años, y también representando en mis novelas de anticipación histórica: una economía de solidaridad y trabajo, una nueva estructura del conocimiento y de la proyectación, una renovación ética y espiritual, una nueva educación, una ecopolítica, o en síntesis, iniciar la creación de una nueva civilización, fundada en el conocimiento, la creatividad, la autonomía y la solidaridad.
Desglosando y precisando este análisis sobre la crisis de civilización que vivimos, paso a analizar con algún mayor detalle las tres dimensiones de esta crisis, o sea el desmororamiento de sus tres pilares.
LA CRISIS DEL PILAR CULTURAL.
Comienzo por la crisis del pilar cultural, que incluye los valores, la ética, las ideologías, la religión, la educación, la racionalidad, que sustentan la civilización moderna. Esta crisis se manifiesta en el descontento, la ansiedad, la desorientación, la rabia, la falta de fines claros y de sentido de la vida. Especialmente de los jóvenes, que experimentan más fuertemente la desorientación y la crisis de sentido, pero no sólo de ellos.
Las religiones han perdido la credibilidad y la confianza que generaban. Las familias no educan, y están ellas mismas en crisis. Las ideologías ya no orientan ni motivan a las masas. La educación no forma en valores ni virtudes, y sólo entrega conocimientos fragmentados. Los medios de comunicación alientan el descontento. La clase política es percibida como corrupta y tampoco proporciona una guía consecuente en torno a un proyecto que convenza y que convoque. La racionalidad de la economía imperante no es aceptada por las mayorías, incluso si se comportan conforme a sus orientaciones de consumismo y endeudamiento. No hay modelos ni referentes éticos, más allá de personajes de la farándula y del deporte.
Las personas están desorientadas, porque carecen de una ética exterior y normativa que las convenza, y también de una ética asumida concientemente por la que se auto-orienten y dirijan. La subjetividad prima sobre la racionalidad, y se vive según las cambiantes emociones que suscitan las situaciones inmediatas. Muchos caen en adicciones, especialmente por alcohol y drogas.
Todo esto, si bien no afecta a todas las personas y grupos sociales, se va extendiendo y generalizando como un clima cultural compartido. Cunde el descontento y la insatisfacción. Diría que hay una hipertrofia del criticismo. Se legitiman comportamientos que la ética convencional no aceptaría.
Cuando el pilar cultural, ético, ideal, racional y espiritual que sustenta una civilización se desvanece, si no surge una nueva cultura civilizatoria, se va cayendo en lo no-civilizado, que suele llamarse "barbarie".
LA CRISIS DEL PILAR POLÍTICO.
Lo primero es precisar qué es lo que está en crisis. En mi opinión, nada menos que el Estado, convencionalmente llamado democrático, pero que en términos más rigurosos de ciencia de la historia y de la política, es el Estado burocrático-representativo con régimen de partidos políticos.
Este Estado burocrático-representativo y el régimen de partidos políticos que lo gobierna, han perdido en grande y creciente medida la capacidad de cumplir los fines y funciones que le son atribuidos al Estado en la civilización moderna, a saber:
Uno, asegurar el orden social, controlar la delincuencia, administrar justicia, garantizar la propiedad y los contratos.
Dos, encausar y dar curso racional a las transformaciones y cambios que son demandados por las dinámicas ideológicas y culturales de la sociedad civil.
Tres, regular y ordenar la economía para que sirva al bien común.
Cuatro, proveer los medios que aseguren la satisfacción de las necesidades básicas de la población en salud, educación, previsión social, etc.
Y cinco, cumplir todo lo anterior sin afectar sino garantizando las libertades fundamentales de creencias y pensamiento, de expresión y comunicación, de asociación y organización social.
Es cierto que cumplir todo esto que se le pide al Estado es mucho, y que nunca lo ha podido lograr cabalmente. Pero el problema no es la imperfección con que lo realice, que es inevitable. La crisis del Estado consiste en que, desde hace algunas décadas, ha dejado de avanzar en la dirección de ampliar y profundizar el logro de estos fines, evidenciándose por el contrario una grave, progresiva y acelerada pérdida de su capacidad de cumplirlos.
Consecuencia de esto es el distanciamiento y rechazo del orden político por grupos crecientes de ciudadanos, la fragmentación de la sociedad, una conflictualidad acentuada, la protesta y la ingobernabilidad de las masas, la corrupción de las instituciones, el desprestigio de la clase política. Y el populismo que a fin de cuentas es la peor forma de cumplir las funciones indicadas, si no es directamente su negación.
Cabe observar que esta crisis del Estado y de los partidos (del pilar político de la civilización moderna), está vinculado y en gran parte causado, por la crisis del pilar ideológico, moral y cultural.
LA CRISIS DEL PILAR ECONÓMICO.
En la mayoría de los países del mundo la economía crece, anualmente, entre el 1 y el 4 % cada año. ¿Cómo puede afirmarse que el pilar económico de la civilización moderna (la producción, la circulación, el consumo y la acumulación capitalistas) está en una crisis que se está acentuando y que incluso corre el peligro de derrumbarse?
Lo primero que puedo afirmar al respecto, es que el crecimiento no es señal ni indicador de salud y fortaleza. Esto ya lo pudimos apreciar al examinar la crisis del Estado como pilar político de la civilización moderna. El Estado viene creciendo desde hace décadas: aumenta constantemente el tamaño de su burocracia; las instituciones que protegen el orden público, que administran justicia, que regulan la economía, que proveen servicios de educación, salud y previsión social, tienen cada vez más personal, y disponen de presupuestos que crecen anualmente más que el crecimiento de la producción; los impuestos aumentan constantemente, demostrando que el poder del Estado para imponerlos a las empresas, a los consumidores y a los ciudadanos no ha sufrido merma sino, al contrario, parece cada vez más fuerte. Pero el hecho es que no obstante crecer, los fines y las funciones que tiene el Estado los cumple de modo crecientemente insatisfactorio. El crecimiento no es señal de salud, sino exactamente al contrario: pone en evidencia su crisis, su incapacidad de resolver los problemas y de cumplir sus fines y funciones, no obstante contar con mayores y crecientes medios. El crecimiento puede ser indicador de enfermedad, como ocurre con muchos órganos de nuestro organismo cuando se hipertrofian.
Y así sucede con la economía: su crecimiento no es necesariamente indicador de un buen funcionamiento y del logro de sus fines. Los fines de la economía son proporcionar una apropiada satisfacción de las necesidades humanas; asegurar el bienestar de la población; generar integración y progreso social; garantizar que los logros alcanzados en bienestar y progreso puedan sostenerse en el mediano y largo plazo, lo que a su vez implica asegurar la disponibilidad futura de los recursos y factores productivos indispensables.
Como la población crece y las necesidades de cada individuo, familia y grupo social se expanden, no parece que puedan cumplirse y mantenerse esos fines sin que la economía crezca; pero el crecimiento de la producción y del consumo, por sí mismo, no asegura ninguno de esos objetivos. Entonces, aún existiendo crecimiento ¿cuáles son las causas y las manifestaciones de la crisis del pilar económico de la civilización moderna?
Respecto a la satisfacción de las necesidades humanas, el problema es que la actual economía capitalista, financiera y consumista exacerba las necesidades, las aspiraciones y los deseos de los consumidores, de suerte que no son posibles de satisfacer con la producción que la economía genera y con el dinero que la circulación financiera y la distribución de los ingresos proporciona a los consumidores. Necesidades, aspiraciones y deseos que hace algunos años eran exclusivos de un sector pudiente de la sociedad, se han generalizado, expandiéndose las expectativas, sin que el mercado provea los medios para satisfacerlas. Ello da lugar, obviamente, a una creciente insatisfacción, frustración, malestar e infelicidad. El incremento del crédito, si en una fase contribuyó a equilibrar las demandas de los consumidores con los medios de pago disponibles, ahora acentúa el desequilibrio con un sobre-endeudamiento que exige pagarse con un porcentaje creciente de los ingresos de las personas y familias.
En cuanto a la integración social que la economía debiera proporcionar, la evidente concentración de los ingresos y de la riqueza que produce la actual conformación del mercado, genera una desigualdad que es percibida como inequidad por toda la población que no forma parte de los reducidos grupos favorecidos.
Y en cuanto al objetivo de la sustentabilidad, es sabido que el uso excesivo de los recursos naturales y de las energías no renovables, con sus consecuentes daños al medio ambiente y a la ecología, que son propios del industrialismo y del consumismo y que se agudizan con el crecimiento económico, constituyen una amenaza evidente a la futura reproducción económica, con todos los efectos que ya comienzan a observarse.
Estos son los elementos que permiten afirmar que la economía capitalista, industrialista, consumista y también estatista, que sustenta a la civilización moderna, está experimentando una profunda crisis, que continuará acentuándose en los años próximos. En síntesis: esta economía, precisamente porque crece y nadie la detiene en la dirección en que corre, está enfrentada a su agotamiento y a su progresivo derrumbe.
Por cierto, esta crisis del pilar económico se conecta estrechamente con las crisis del pilar ideológico, moral y cultural, como también con la crisis del ordenamiento político, ya analizados.
Surge inevitable la pregunta por el futuro: ¿Cómo se manifestará la crisis de esta civilización en el futuro próximo? ¿Qué podemos esperar a nivel de nuestras sociedades, y cómo nos afectará en nuestra vida cotidiana?
EL FUTURO QUE SE AVECINA.
Es muy difícil prever el futuro, y para saber lo que podría suceder sólo contamos con el análisis de las tendencias en curso, cuya prolongación en el tiempo es previsible, y con el conocimiento de la historia de las civilizaciones anteriores, cuyas fases de decadencia de lo viejo y de creación de lo nuevo muestran algunas regularidades que podemos suponer que también en esta ocasión se manifestarán. A lo anterior, yo agrego un tercer elemento indispensable de considerar: la acción del espíritu humano, que es creador, libre y autónomo, solidario y fraterno, y que siempre actúa pero que lo hace con especial intensidad en los períodos difíciles, en las crisis, en las agonías.
Con base en el conocimiento de esos tres elementos, podemos afirmar que la crisis de la civilización moderna, afectada simultáneamente en sus pilares cultural, político y económico, no se podrá detener. La declinación continuará, en una agonía que podrá ser más lenta o acelerada, más o menos intensa y dolorosa.
Pero al mismo tiempo podemos esperar el comienzo de la creación de una nueva civilización, en las mismas tres dimensiones de la cultura, de la política y de la economía. Dicha creación podrá ser más lenta o rápida, más o menos fácil o trabajosa, pacífica o conflictiva, según las condiciones de cada lugar, según las iniciativas de los sujetos que la levanten. Y según la fuerza del espíritu humano creativo, autónomo y solidario.
Modificando la tan manida metáfora del vaso medio lleno o medio vacío, sostengo que veremos en el futuro un vaso casi lleno que se irá vaciando, y un vaso casi vacío que se irá llenando.
El vaciamiento de la civilización moderna comportará dos dinámicas simultáneas y recíprocamente condicionadas. Por un lado, el debilitamiento e inseguridad creciente de las actuales élites económicas, políticas y culturales, cuyas capacidades de organización y conducción continuarán decayendo; y por otro lado, un malestar creciente de las grandes multitudes subordinadas, que incrementarán sus protestas sociales, el irrespeto de las leyes y la insubordinación a los gobiernos, y que experimentarán una paulatina disgregación, desorientación y empobrecimiento. Las élites económicas y políticas podrán ofrecer a las multitudes descontentas, algo más de lo mismo que han ofrecido hasta ahora, que podría paliar levemente el descontento; pero no algo diferente, porque nadie da lo que no tiene. En Chile ¿una nueva Constitución? Sí, será necesaria. Siempre que no sea elaborada por esas mismas élites políticas que están en crisis, y que surja de procesos reflexivos, dialógicos y deliberativos en que todos los sectores participen y que requieren madurar en el tiempo.
Pues, en cuanto al surgimiento de una nueva civilización, conviene considerar lo que ha sucedido en los anteriores procesos históricos de implantación de una civilización nueva cuando la anterior se derrumba. La alternativas son, en grandes líneas:
POR LA RAZÓN Y EL ESPÍRITU, O POR LA FUERZA Y LA VIOLENCIA.
Hemos visto que el derrumbe de la actual civilización comenzó con el deterioro y decadencia del pilar cultural, moral y espiritual. La creación de una civilización nueva tendrá que comenzar desde ese mismo nivel intelectual, moral, cultural y espiritual, y a partir de allí podrán irse construyendo los nuevos pilares económico y político.
Pero la relación entre el nivel cultural, intelectual y espiritual, y los niveles político y económico, es compleja y requiere atenta consideración.
El historiador inglés Arnold Toynbee enseña que las nuevas civilizaciones surgen en respuesta a grandes problemas y desafíos naturales o sociales que la civilización existente no es capaz de resolver. Señala que en la formulación de las respuestas a esos problemas y desafíos y en la formación de las nuevas civilizaciones, han tenido siempre una importancia decisiva el desarrollo del conocimiento y los factores culturales, espirituales y religiosos. Y señala también que en el establecimiento de las civilizaciones, han jugado un papel importante la fuerza y la violencia política con que se imponen las nuevas soluciones y respuestas.
Es interesante observar la paradoja histórica: las fuerzas intelectuales, morales y espirituales portadoras de respuestas civilizatorias nuevas, muchas veces se han impuesto por la fuerza y la violencia. El resultado es, obviamente, que las civilizaciones así generadas se consolidan como sistemas de dominio, y las energías religiosas, espirituales y culturales resultan y terminan asociadas al poder dominante, y se contaminan y corrompen.
En mis novelas de Anticipación Histórica he representado la instauración de una Dictadura Constitucional Ecologista, global, fuertemente represiva de los individuos, de la política y de las empresas, que se genera a mediados del siglo XXI debido a la incapacidad de las democracias para enfrentar los desafíos del orden social, la construcción de una nueva economía, la recuperación del medio ambiente y del cambio climático. Abrigo la esperanza de que algo así no llegue a ocurrir, y que una nueva civilización llegue a establecerse mediante procesos civiles y democráticos. En esas mismas novelas represento el lento pero seguro surgimiento de una nueva civilización más justa y solidaria.
Por eso es importante comprender por qué las respuestas culturales, morales y espirituales pueden terminar imponiéndose por la fuerza y asociándose al poder; y qué se requiere para que se establezcan pacífica y armónicamente, por la fuerza de la razón y del espíritu.
La explicación de la imposición por la fuerza debe buscarse en el hecho de que, de la existencia de los problemas de la civilización en crisis, toman conciencia grandes multitudes; pero la elaboración de las respuestas necesarias es asunto muy complejo, y suele ser realizada sólo por una parte de la sociedad, por algunas clases o grupos menores, por élites intelectuales y políticas. Estas, ante el proceso de descomposición inevitable de la civilización anterior, urgidas por las circunstancias, convencidas de tener las soluciones, se organizan para imponerlas y luchan hasta que lo logran.
Lo digo de otro modo. Es muy evidente la crisis de la civilización moderna, y casi todos tomamos conciencia de que la humanidad debe enfrentar hoy problemas y desafíos gigantescos: económicos, sociales, ambientales, políticos. Pero la elaboración intelectual, cultural y espiritual de las respuestas a los desafíos es realizada por algunos grupos especialmente conscientes y lúcidos.
Pero no es la única posibilidad, y quiero creer que actualmente los medios de comunicación disponibles a nivel descentralizado, y las tecnologías que actualmente facilitan la toma de conciencia colectiva de los problemas y desafíos que enfrenta la humanidad, están igualmente en condiciones de socializar la participación de muchos en la elaboración y realización de las respuestas intelectuales, culturales, morales y espirituales necesarias para superarlos.
Creo que aún hay tiempo para avanzar por el camino de la persuasión y de la participación social en la elaboración intelectual y en la realización práctica de las respuestas nuevas, cuya difusión y expansión podrá acelerarse si las nuevas formas económicas, políticas y culturales de la nueva civilización demuestran que proporcionan una vida mejor y más feliz, y que generan formas de convivencia armoniosas, justas y solidarias.
Por eso, junto con expandir la conciencia de los problemas debemos elaborar cultural, intelectual y espiritualmente las respuestas y soluciones a ellos; y mediante actitudes y comportamientos coherentes, e iniciativas creativas, autónomas y solidarias, iniciar la creación de la nueva civilización, en la escala que nos vaya siendo posible, persistiendo en el esfuerzo de expandirla, enfrentando las dificultades que se presenten y superando los fracasos que puedan experimentarse.
Me viene a la mente una imagen muy hermosa pero también muy fuerte y exigente propuesta por Niko Kazantzakis. Frente a la pobreza, la injusticia y la opresión, el pueblo alza los brazos al cielo, los agita y clama. Protesta, demanda, propone, exige. Pero eso no resuelve los problemas. Es necesario, dice Kazantzakis, que esos brazos, de tanto agitarse, se conviertan en alas. Que aparezca, que emerja la fuerza moral y espiritual que tenemos dentro. Lo que tampoco es suficiente. Es necesario que con esas alas que nos hayamos dado, aprendamos a volar, con vuelo propio. Y agrega que, si dejamos de sacudir el aire con esos brazos y esas alas y no aprendemos a volar espiritualmente, esos brazos y alas se entumecen, se endurecen y se convierten en cadenas. Es lo que sucede cuando la protesta social y la energía moral y espiritual no se traducen en iniciativas creativas, autónomas y solidarias, permaneciendo ancladas en la crítica, la denuncia y la exigencia, o peor aún, si se traducen en violencia, en poder y en fuerza dominadora.
Luis Razeto


viernes, 11 de octubre de 2019

LA NATURALEZA NOS RETA A CREAR UNA NUEVA CIVILIZACIÓN


El historiador Fernand Braudel, en su libro Las Civilizaciones Actuales, sostiene que las civilizaciones surgen “marcadas por las tierras, los relieves, los climas, las vegetaciones, las especies animales, las condiciones naturales, el medio ambiente natural y transformado”. Siguiendo a Arnold Toynbee, señala que para que se origine una nueva civilización “es necesario que la naturaleza se le presente al hombre como un desafío, como una gran dificultad que vencer; si el hombre acepta el desafío, pone los cimientos de una civilización”.

Pocas dudas caben de que la naturaleza y el medio ambiente plantean hoy a la humanidad desafíos inéditos, gigantescos, de esos que obligan a crear y desarrollar una civilización nueva, distinta a las anteriores. El cambio climático y los fenómenos de sequías e inundaciones que se le asocian; la contaminación de la atmósfera y de los océanos, ríos y lagos; la desertificación y los incendios de bosques; la extinción de especies y los desequilibrios ecológicos; el agotamiento de energías fósiles y de importantes recursos naturales no renovables; son realidades que se están acentuando, que desafían a la humanidad entera, y que nos plantean la necesidad de encontrar mejores formas de alimentación, de generación y empleo de la energía y de los recursos naturales, de ocupación y habitación del territorio, de producir, de consumir, de desarrollarnos.

Rasgo distintivo de las civilizaciones ha sido en el pasado, y es en el presente, su modo particular de establecer las relaciones entre los humanos y la naturaleza. Como dice el mismo Fernand Braudel, “una civilización es una economía”, entendiendo que la economía es, en su esencia, el proceso de intercambio vital entre los humanos y la naturaleza, que los transforma a ambos.

Pero especifica el mismo autor: “Es verdad que en el origen de una civilización hay un reto de la naturaleza; es verdad que hay una respuesta de los seres humanos; pero no es forzoso que a consecuencia de ello surja una civilización; surgirá cuando se hayan encontrado respuestas mejores a las anteriores”, que superen el desafío.

Y encontrar y desarrollar respuestas mejores; y principalmente una nueva y mejor economía – la economía solidaria, cooperativa y colaborativa que proponemos y que ya muchos practicamos – depende básicamente de nuestro conocimiento sobre la realidad que es necesario transformar; de la creatividad con que abordemos la búsqueda y la proyectación de soluciones originales y eficaces; de la autonomía de nuestras iniciativas respecto a los modos anteriores de afrontar los problemas; y de la solidaridad que manifestemos en la organización de la sociedad. Y aún más en la base de todo ello, como condición de todo ello, tendremos que desarrollar nuevos modos de ser, de vivir, de aprender, de trabajar, de consumir, de relacionarnos, de comportarnos, de organizarnos, que a su vez suponen profundizar la comprensión del sentido de la vida, elaborar una nueva ética individual y social, y desplegar una renovada espiritualidad.

Luis Razeto



jueves, 12 de septiembre de 2019

Cuando la escuela, los padres y los medios fracasan ¿PUEDEN LOS ESTUDIANTES SER PROTAGONISTAS DE SU PROPIA EDUCACIÓN?


Muchos, tal vez la mayoría de los estudiantes de la enseñanza media, no aman la educación que reciben en sus colegios. Sienten que no les sirve. Que tantas horas del día durante tantos años sentados escuchando asignaturas que les proporcionan conocimientos fragmentarios cuya utilidad desconocen, enseñados por profesores desganados que muestran saber poco de aquello mismo que enseñan, lo sienten como un desperdicio de tiempos que podrían ocupar mejor en otras actividades: lúdicas, deportivas, vivenciales, conviviales, laborales, musicales, culturales, que les serían más placenteras y más libres, y quizá también más provechosas para su desarrollo personal.

No les faltan motivos ni razones para sentir y pensar así. El propio sistema escolar está centrado en la obtención de notas y puntajes, y no en el aprendizaje de los conocimientos y saberes buscados porque tengan algún valor intrínseco o alguna utilidad práctica. Tampoco se orienta a la formación de actitudes y cualidades personales y sociales que les provean capacidades y competencias para vivir mejor, ni menos aún que les favorezcan el despliegue progresivo de su creatividad, autonomía y sociabilidad. La escuela los quiere pasivos y obedientes, o tal vez, más simplemente, se conforma con que no molesten demasiado.

¿Qué podemos pensar de una educación en que después de 12 años de enseñanza un gran porcentaje de los graduados apenas entiende lo que lee? Es evidente que los estudiantes – en su gran mayoría – no reciben buena educación en la escuela, y tampoco la obtienen de sus padres, que parecen haber desertado de sus funciones formativas tradicionales. Agobiados por sus propios problemas emocionales, laborales y económicos, y culturalmente desorientados en un mundo que cambia aceleradamente y cuyas novedades cotidianas son mejor asimiladas por sus hijos, muchísimos son los padres que han perdido la capacidad de hablarles, de enseñarles e incluso de ser escuchados por ellos. Muchísimos padres se limitan a darles en el gusto en sus caprichos, en sus demandas y en sus exigencias.

En estos contextos escolares y familiares, los niños, adolescentes y jóvenes tienen otras dos importantes fuentes de aprendizaje respecto a cómo pensar, sentir, comportarse, relacionarse y actuar; pero ambas están orientadas en el sentido de la adaptación pasiva respecto del ambiente y el contexto social existente. Por un lado, los instruye y los adapta la televisión, los juegos de aplicación, la publicidad y el mercado, que los incitan al consumismo y los mantienen en la pasividad cultural. Por otro lado, aprenden unos de otros en sus grupos de edad, donde lo más habitual es que se generen comportamientos imitativos y tendencias gregarias y de adaptación, debido a la natural necesidad que experimenta cada uno de pertenecer al grupo y de ser aceptado por los iguales, con la consiguiente inhibición de las dinámicas de personalización y diferenciación.

Es así que por las influencias convergentes de la escuela, de los padres, de la TV, la publicidad y el mercado, y de los propios grupos de edad y pertenencia, se inhibe en los muchachos la maduración y el crecimiento personal, y mientras crecen fisicamente a menudo permanecen mental, emocional e intelectualmente en un estado de infantilismo.

No todos, por supuesto. Se ‘salvan’ los que encuentran en el colegio un profesor o una profesora realmente motivado y dedicado a la enseñanza y la formación de sus alumnos; y los que tienen un padre o una madre que les trasmiten convicciones y valores sólidos; y los que se sustraen del consumismo y la banalidad de la televisión porque han desarrollado un espíritu crítico y un amor al saber y/o al arte; y los que forman parte de grupos de edad que por variadas circunstancias han llegado a participar en causas sociales, ambientales o políticas. Pero son los menos. La mayoría permanece en la pasividad, en la dependencia y en el infantilismo, que parecieran ser lo que requiere ‘el sistema’ económico y político capitalista y estatista. La mayoría no recibe una verdadera educación.

Pero en esos muchachos así conformados por el ‘sistema’ permanece viva la chispa de rebeldía que nadie puede extinguir, porque es propia de la naturaleza espiritual del ser humano. Y ello hace pensar que es posible una salida. En efecto, los niños y los jóvenes, todos necesitan educación y aspiran a tenerla. Lo vienen manifestando desde hace años a través de movimientos estudiantiles que claman por una educación de calidad.

Es en este contexto que se hace necesario plantearse la pregunta de si pueden los estudiantes ser los protagonistas de su propia educación. Porque, dado que no la reciben en la escuela, ni de los padres, ni de la TV y el mercado, ni de sus grupos de edad, parece no quedarles sino la alternativa de la auto- educación, esto es, la de ser los protagonistas de su propio proceso de enseñanza/aprendizaje y de formación y desarrollo personal y social. ¿Es ello posible?

En un primer nivel de respuesta hay que decir que siempre el aprendizaje y el desarrollo personal requieren la participación activa de cada uno. El aprendizaje, el estudio, el despliegue del conocimiento, de la creatividad y de la autonomía, son procesos que sólo pueden ser realizados por uno mismo sobre uno mismo. La escuela, los profesores, los padres, los libros, los medios, son solamente facilitadores del proceso, condiciones externas que lo favorecen o dificultan.

Pero la pregunta que he formulado intenta ir más allá de este primer nivel de respuesta, aludiendo no sólo al aprendizaje sino también a la enseñanza: ¿es posible la auto-educación, cuando los medios educativos formales fracasan en su función? A esta pregunta ofreceré una respuesta positiva, pero condicionada a que los mismos estudiantes tomen conciencia de ciertos hechos y que como consecuencia de ello asuman un nuevo protagonismo, tanto en el plano personal como en el de sus organizaciones.

Ante todo es preciso que sepan y que tomen conciencia de que la sociedad, los padres, los profesores, las escuelas, la televisión, la publicidad, el mercado, el Estado y los grupos de edad, que les entregan una educación tan insatisfactoria como la que reciben y que los mantiene profundamente insatisfechos, no están en condiciones de ofrecerles algo sustancialmente mejor. ‘Nadie da lo que no tiene’, es una sentencia antigua tras cuya obviedad se esconde una verdad muy profunda. Lo que ofrecen y trasmiten los educadores mencionados es lo que tienen y lo que saben hacer; es cierto que puede mejorar, pero a través de procesos prolongados de transformación, desarrollo y perfeccionamiento que requieren décadas de maduración, y que no ocurrirán si los mismos estudiantes no empiezan a generarlos mediante los procesos de auto-aprendizaje a que nos referimos.

Una de las afirmaciones más importantes y profundas de Carlos Marx, que en realidad contradice todo el pensamiento marxista posterior, es la tercera de sus Tesis sobre Feuerbach: “La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado.” Entonces, es importante y necesario que los estudiantes sepan que no recibirán mucho de la educación que reciben en la escuela, y que no esperen demasiado de las dinámicas y circunstancias políticas y económicas. Adquirir conciencia de esto es indispensable para adoptar una actitud activa y protagónica.

Dicho eso, observemos lo mismo desde otro ángulo: la sociedad, los padres, los profesores, las escuelas, la publicidad, el mercado, el Estado y los grupos de edad, les están ofreciendo y trasmitiendo lo que pueden y lo que saben darles, en las condiciones en que operan. Y si bien ello es insatisfactorio e insuficiente, no conviene desecharlo ni menospreciarlo, porque aunque poco, es lo que han llegado a saber, a crear y a organizar. Si no aprendemos de todo ello estaremos cerca de volver a un estado de barbarie, como el que se observa en algunos grupos marginales que rechazan todo lo existente y no están en condiciones de organizar algo mejor que lo reemplace. Los humanos necesitamos ser educados por la sociedad, porque instintiva, intuitiva y emocionalmente no estamos suficientemente habilitados para sobrevivir en sana convivencia.

Es importante asumir, entonces, que no se parte de cero, y que hay un aprendizaje que realizar. Ahora bien, el aprendizaje de aquello que la sociedad y sus componentes ofrecen a los estudiantes, no puede realizarse ni ser aprovechado realmente si uno se mantiene en modo pasivo. Frente a lo que se recibe es necesario adoptar una posición activa y crítica. Pues es su recepción pasiva lo que genera pasividad, dependencia y reproducción de la mediocridad.

Aristóteles decía que la inteligencia humana tiene dos lados, el intelecto pasivo y el intelecto activo. Aplicado esto a la educación de sí mismo, implicaría que tenemos siempre que ‘procesar’ personalmente lo que otros nos comunican. Si lo aplicáramos a la enseñanza escolar podría pensarse en distribuir la ‘hora de clase’ en tres momentos: unos 15 minutos en que el profesor enseña y los alumnos escuchan; otros 15 minutos en que los alumnos ‘procesan’ lo que escucharon; y 15 minutos finales en que los alumnos expresan (oralmente o por escrito) lo que aprendieron y pensaron. Un tercio para el intelecto pasivo, dos tercios para el activo, distribución del tiempo que indico solamente para graficar la idea.

Saber que la educación que se recibe es deficiente, y saber que en consecuencia ha de ser recibida y procesada críticamente, es lo que pone al joven estudiante en el punto de partida del proceso de autoaprendizaje. Y es también importante a la hora de identificar los objetivos que pueden plantearse en el marco de la educación escolar que reciben, y en la auto-educación que pueden concebir.

Cuando veo a los estudiantes ‘luchar’ por una educación pública que sea de igual calidad para todos me pregunto si tendrán o no siquiera la sospecha de que el Estado no les proporcionará, ni les podría ofrecer, sino una educación mediocre y orientada a formarlos en la pasividad. Esto se relaciona con algo más general que desconocen: que la primera y principal responsabilidad del Estado es garantizar el orden social, y la segunda, que la economía siga funcionando, que crezca y se reproduzca de modo ampliado. Si el Estado llega a fallar en esas sus principales funciones, la sociedad se tornaría caótica y las personas experimentarían gravísimos sufrimientos.

Pretender que el Estado sea motor de cambios estructurales profundos es un contrasentido, una ilusión, fomentada desde el interior del mismo orden político que busca y buscará siempre ‘encauzar’ todas las energías transformadoras que surjan en la sociedad, en el marco y al interior del orden social y político establecido. Todas las ‘reformas educacionales’ que se realicen en el sistema escolar público están y estarán enmarcadas en los objetivos propios del Estado, de garantizar el orden social e institucional, y de asegurar que la economía siga funcionando y que crezca conforme a sus dinámicas y a la división social del trabajo establecidas. Así es y así continuará siendo, mientras vivamos en la civilización capitalista y estatista en que estamos.

El Estado, que por su propia naturaleza implica una división de la sociedad entre dirigentes y dirigidos, gobernantes y gobernados, necesita ciudadanos bastante pasivos, que no sean muy críticos y que estén dispuestos a subordinarse. El funcionamiento de la economía capitalista necesita obreros, empleados, técnicos, profesionales, ejecutivos, empresarios, en determinadas proporciones de la población. La educación es organizada por el estado y por el mercado para ello.

Para asegurar el orden social y garantizar el funcionamiento de la economía, especialmente cuando abunda el malestar social, el Estado se presenta ante los ciudadanos como benefactor, como proveedor de los bienes y servicios que la gente le demanda. Este modo de organización y operación del Estado genera en la ciudadanía pasividad y una actitud de espera de beneficios; de esperar y de exigir que la solución de los problemas llegue desde arriba.

El Estado de bienestar tan alabado por muchos es un Estado que hace beneficencia y asistencialismo. Por eso es que al Estado se le pide y exige gratuidad. Es parte del juego entre el mercado y el Estado. El mercado exige competitividad, riesgo, y mantiene siempre la amenaza de la exclusión; el Estado se ofrece como protector social de los excluidos, y ofrece gratuidad a cambio de subordinación y pasividad. 

Y tanto el Estado como el mercado son cómplices de una falsa cultura que fomenta las emociones por sobre la inteligencia, el pragmatismo por encima del saber y la reflexión. Lo hacen porque las emociones y las prácticas son fácilmente manipulables, mientras que el conocimiento y los saberes teóricos son fuentes de autonomía y acrecientan en las personas la capacidad de auto-conducción.

Estoy seguro de los estudiantes, los jóvenes, no quieren jugar ese juego. Pero participan en él sin saberlo. Aún cuando protestan se mantienen en el marco del orden establecido, y aunque puedan creer que lo que postulan es muy revolucionario, de hecho terminan fomentando la pasividad y la dependencia. Incluso el Estado necesita que exista una cierta dosis de rebelión y protestas, porque así justifica tanto su función represiva como asistencial.

Los estudiantes hacen bien en expresar su descontento y en rebelarse. Pero a menudo se equivocan en las formas en que se manifiestan, y sobre todo en las ‘soluciones’ que proponen, por ejemplo, cuando levantan la educación pública gratuita igual para todos como la gran solución. Podría ser que tengan razón en exigir que sea gratuita, porque es una educación mediocre, y porque así las familias podrían liberar recursos que destinar a actividades culturales y de auto-aprendizaje. Pero esto no va al fondo del asunto, que es que, en la educación y desde la educación, es necesario y urgente superar el mercantilismo, que implica al mismo tiempo superar el estatismo. 

Es necesario y urgente comprender que el capitalismo y el estatismo son dos pilares igualmente fundantes de una civilización que es capitalista en lo económico y estatista en lo político, y que ambos confluyen en generar, asegurar y reproducir la desigualdad y la división de la sociedad entre ricos y pobres, y entre dirigentes y dirigidos.

Lo que se requiere es una educación liberadora, capaz de generar en los estudiantes la creatividad, la autonomía y la solidaridad. Una educación que en tal sentido esté orientada hacia la creación y el tránsito hacia una nueva civilización. Pero como esta educación no la pueden proporcionar el Estado ni el mercado, hay que plantearse seriamente la cuestión del auto-aprendizaje, y de un nuevo y superior protagonismo de los estudiantes en su propia educación.

El capitalismo busca atrapar a los jóvenes con el consumismo. El estatismo los atrapa con la beneficencia, el asistencialismo y la gratuidad. Entre capitalismo y estatismo, pocos espacios quedan para promover el desarrollo personal, la creatividad, la autonomía, la solidaridad. Pero es en esos espacios reducidos, o sea en los intersticios de tiempo y de oportunidades que dejan sin ocupar la escuela, los padres ausentes, la publicidad y la TV, y de los que se puede en parte prescindir, es posible generar procesos de desarrollo personal y dinámicas sociales transformadoras. Y porque esto no puede realizarse sin conocimientos amplios y profundos, tendrán que partir del estudio y la lectura de libros y obras de autores que les ayuden a generar dinámicas de desarrollo personal y de transformación social. Sin conocimientos y vocación transformadora no es posible levantar una nueva economía, ni una nueva política, ni una nueva educación: participativas, integradoras, justas y solidarias.

En la formación de esas generaciones de jóvenes de conocimiento, creativos, autónomos y solidarios, que podrán reemplazar las estructuras políticas, económicas y culturales por otras mejores, un papel importante lo cumplen los centros educacionales surgidos por iniciativa de personas y organizaciones de la sociedad civil, que aplican pedagogías ‘alternativas’ marcadamente centradas en el desarrollo personal y en el auto-aprendizaje. Pero instituciones educativas de ese tipo son pocas y tienen muy limitada cobertura social. De ahí la importancia de procesos de aprendizaje en que los estudiantes y sus organizaciones sean protagonistas de su propia educación, para lo cual pueden contar a veces con la colaboración de padres y de profesores conscientes y comprometidos, y con la de otros jóvenes que compartan similares propósitos, y casi siempre con los amplios accesos al conocimiento y a las artes que hoy son posibles a través de la internet y de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

Con este nuevo enfoque del problema de la educación no estoy sugiriendo que los estudiantes se desentiendan de la escuela y que dejen de presionar y exigir al Estado cambios y mejoramientos necesarios y urgentes en la educación escolar. Al contrario, ello es parte de su propio proceso de aprendizaje y auto-educación; pero más allá de todo ello, el nuevo protagonismo de los estudiantes que planteo los hará incidir de verdad y en profundidad, en la educación y en la sociedad. Porque al ser protagonistas de su propia educación y desarrollo personal y social, los hijos enseñarán a sus padres, los estudiantes a los profesores, los ciudadanos a los gobernantes. Y así podremos, entre todos, iniciar la creación de una nueva y superior civilización, creativa, autónoma y solidaria, no capitalista ni estatista.

Luis Razeto M.