sábado, 27 de julio de 2019

UN SISTEMA TRIBUTARIO Y DE ASIGNACIÓN DE LA RENTA NACIONAL PARA UN ORDEN INSTITUCIONAL FUNDADO EN LOS PRINCIPIOS DE SUBSIDIARIDAD Y DE SOLIDARIDAD

Esta presentación al Conversatorio se enmarca en el proceso creativo y progresivo del Congreso Desafíos de la Transición a una Nueva Civilización, que estamos organizando y ya comenzando a realizar diferentes personas y organizaciones.


La idea de estos conversatorios es que los autores que nos proponemos presentar en el Congreso que culminará en Octubre de 2020, podamos presentar y conversar en base a borradores de nuestro trabajos, o las ideas preliminares, para su discusión y análisis, de modo que podamos después perfeccionarlo, enriquecerlo, corregirlo, con las opiniones, críticas, las sugerencias y comentarios que otras personas interesadas en el tema nos puedan plantear. Decimos que es un Congreso de nuevo tipo, participativo, progresivo, en que además de académicos, intelectuales o pensadores, participen personas y grupos que están realizando en la práctica, experiencias que apuntan a crear esas nuevas economía, política, cultura, educación, cuidado del ambiente, propias de una civilización mejor a la actual.


Lo que voy a presentar tiene tres partes. Una: los fundamentos teóricos de la propuesta, que tengo ya bastante elaborados. Dos: la propuesta misma, que es todavía una idea general, no desarrollada en sus aspectos particulares. Y tres: la viabilidad de su implementación.
Es el orden que parece lógico. Pero voy a presentar el tema al revés, o sea comenzando con algunas observaciones sobre la viabilidad de un cambio tan profundo y extendido como el que voy a proponer. Porque si no fuera viable, no tiene sentido hacer una propuesta.
Esto de la posibilidad de un cambio profundo es importante dilucidarlo, especialmente hoy, cuando cunde la idea de que las transformaciones de fondo no son posibles, porque el sistema tiene todo bien amarrado, y que no podemos salirnos del curso establecido porque tendría consecuencias muy serias en los equilibrios macroeconómicos, en las instituciones, en la estabilidad democrática, etc. etc. sobre lo cual se insiste tanto, aludiendo siempre a ejemplos deplorales como el de Venezuela y otros que han fracasado. Entonces, comienzo con:
Algunas observaciones preliminares sobre la viabilidad del cambio.
1. Quienes somos mayores de 60 años tenemos la experiencia de que son posibles transformaciones serias, profundas, radicales incluso, en la organización política, económica y social. Transformaciones que modifican las relaciones entre la economía, la sociedad civil y el estado. Conocimos transformaciones, primero en versión social-cristiana con la revolución en libertad (reforma agraria, promoción popular, ley de organizaciones sociales, etc.). Luego en versión socialista con la vía chilena al socialismo (creación del Área de propiedad social, Juntas de abastecimiento y precios, etc.). Y después en versión liberal con la llamada “revolución silenciosa” del gobierno militar (reducción del tamaño y las funciones del Estado, AFPs, Isapres, mercadización de la economía, etc.). No importa aquí determinar si esas y otras transformaciones han sido positivas o negativas. Lo que nos interesa destacar es que los tres procesos políticos mencionados ponen de manifiesto que cambios profundos, estructurales, que afectan la organización económica, social y política de la sociedad, son posibles de realizarse.
2. Estamos viviendo estos días dos procesos legislativos que demuestran que “técnicamente” - me refiero a técnica jurídica y legislativa – es posible y relativamente fácil hacer dos cosas esenciales: Una, crear impuestos que no van al fondo común del estado sino a una institucionalidad pública o civil autónoma que se crea ad hoc. Es el caso de la reforma de las pensiones que crea un impuesto a las empresas del 4% sobre las remuneraciones del trabajo, que será administrado por un ente público autónomo. Dos, establecer que un porcentaje de los impuestos que se establece en la legislación tributaria, no irá al fisco central, sino directamente a entidades menores, como son en este caso las regiones y las administraciones municipales.
3. Lo que “técnicamente” es posible, se convierte también en “políticamente viable” cuando cuenta con una gran mayoría social que lo apoya. Los dos ejemplos anteriores son transformaciones mínimas, pero no insignificantes; lo importante es que nos muestran que son posibles transformaciones mayores en esas mismas direcciones, como las que aquí voy a exponer en la propuesta. Es una propuesta que en sí no parece tan revolucionaria, pero que podría gatillar nada menos que un nuevo orden social y político, propio de una nueva civilización me atrevo a decir, y que son perfectamente posibles si las pensamos, las difundimos y las elaboramos técnica y políticamente.
Si tuviera que enmarcar esta propuesta en una nueva corriente de pensamiento político, lo llamaría “liberalismo social solidario”. El cual podría concitar una muy amplia adhesión ciudadana, y que sería aceptable para diferentes orientaciones políticas: social cristianas, liberales, socialistas y solidaristas.
4. La viabilidad económica de la propuesta se basa en que no implicaría un aumento de los impuestos, sino una re-orientación de los mismos montos actuales de renta pública y de impuestos, que tendría el efecto de una mayor eficiencia en la solución de los problemas. Esto es importante, porque en general no son económicamente viables impuestos nuevos que generan incertidumbre, limitan las inversiones y el crecimiento, y que suelen llevar a que los capitales huyan hacia países que les ofrezcan mejores condiciones competitivas. Esta no es una propuesta que aumente las tributaciones sino que busca reorientar el modo en que se efectúan los tributos y quienes los administran.
Fundamentación teórica de la propuesta.
En la civilización moderna en crisis orgánica, el Estado ha venido asumiendo crecientes funciones, para el cumplimiento de las cuales se apropia de un porcentaje cada vez más alto de los ingresos de las empresas y de las personas estableciendo abultados impuestos. Lo que explica esta tendencia al incremente constante de los impuestos es la crisis que experimenta el mismo Estado, que no siendo capaz de resolver los graves problemas de la pobreza, la inequidad social, el deterioro ambiental, las migraciones, el orden social, la gobernabilidad, etc., argumenta la necesidad de disponer de mayores ingresos para hacer frente a esos problemas que no puede ni sabe cómo resolver. Y mientras más crece el Estado, más costoso es para la sociedad, más ineficiente, más burocrático, más corrupto, y menos aceptado y legitimado socialmente.
Hemos postulado que una nueva civilización no debe estar centrada en el Estado ni en el mercado capitalista, sino en la sociedad civil organizada que recupera el control de sus recursos y de sus condiciones de vida. No significa esto que no deba existir el Estado, sino que requiere una profunda transformación, debiendo cumplir con mayor eficacia menos funciones que las que ha asumido en la civilización moderna. Así como también continuará funcionando el mercado, pero reorganizado, democratizado, con mayor participación de la sociedad civil organizada.
Surge entonces la pregunta del título de este conversatorio: ¿cómo pudiera ser la asignación y distribución de la renta nacional y el sistema tributario, en una nueva civilización que no debiera ser capitalista ni estatista?
Habría que romper el círculo vicioso que lleva al crecimiento del Estado, que al apropiarse de un porcentaje creciente de la renta nacional y de los impuestos, se convierte en cada vez más necesario en la misma proporción en que crece y se torna menos eficiente. Es imperioso abandonar ese “reflejo condicionado” según el cual, ante cualquier problema se plantea como respuesta que el Estado lo resuelva.
Para ello, es necesario encontrar soluciones nuevas a esos graves problemas de la pobreza, la equidad, el medio ambiente, la gobernabilidad, el orden social, etc. que actualmente se supone que deba resolver el Estado.
En la búsqueda de una nueva organización política de la sociedad, hay dos principios que considero esenciales: el principio de subsidiaridad y el principio de solidaridad.
El Principio de Subsidiaridad.
El principio de subsidiaridad ha sido mal entendido por el neo-liberalismo, en cuanto lo limita al hecho de que el Estado asuma subsidiariamente la solución de los más graves problemas de la pobreza, y que atienda la educación, la salud, la previsión, de quienes no pueden solventarlos por sí mismos. Pero el principio de subsidiaridad es más amplio y complejo que eso. Fue formulado originalmente por el pensamiento social-cristiano (Jacques Maritain, Emmanuel Mounier, Joseph Lebret, las Encíclicas Sociales, Jaime Castillo en Chile).
El contenido del principio de subsidiariedad puede encontrarse ya en Aristóteles, quien, en La Política, describe la ciudad como una comunidad de comunidades y afirma que sólo en el marco de estructuras como la familia, la casa y la aldea “puede el hombre llegar al pleno despliegue de sus capacidades naturales que lo distinguen de los demás vivientes, y, con ello, alcanzar plena conformidad con su naturaleza”. Estas estructuras, a su vez, logran desplegar al máximo su potencial de realización en el contexto de la polis —la forma más compleja de organización social en ese entonces— sin que, en ningún caso, esto signifique que las agrupaciones menores sean absorbidas por ella. Además, el filósofo griego va a defender, contra Platón, que lo mejor para la polis es la diversidad entre sus ciudadanos, y no su homogeneidad.
Con todo, será la encíclica de Pío XI Quadragesimo Anno. Sobre la restauración del orden social (1931), donde se formula el principio de subsidiariedad católico en su versión más difundida, estableciendo que “no se puede quitar a los individuos y dar a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria; así tampoco es justo, constituyendo un grave perjuicio y perturbación del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos”.
Lo que establece este principio de subsidiaridad es que la sociedad se constituya desde lo menor a lo mayor, desde la base hacia arriba, partiendo de las personas, las familias, las organizaciones intermedias, las comunas, las regiones, hasta finalmente el Estado. Establece que todo lo que puede realizar una entidad menor, quede bajo su responsabilidad, de modo que tenga la oportunidad de desarrollarse con autonomía y potenciar así sus capacidades. Lo que en un nivel menor no puede resolverse, pase bajo la responsabilidad del nivel inmediatamente superior. Y así sucesivamente, con el resultado de que el Estado se encargue de aquello que no pueda ser resuelto por las personas, las familias, las organizaciones e instituciones intermedias.
Una formulación complementaria (de origen anglosajón) del principio de subsidiaridad establece que un asunto de interés social o público debe ser asumido y estar bajo la responsabilidad de una autoridad normativa, política o económica la más próxima al objeto del problema o al tema de referencia. Así por ejemplo, para los problemas de la salud conviene generar una autoridad generada por los médicos; para la educación, una autoridad generada por los educadores; para la ciencia, por los científicos; para el trabajo, por los trabajadores y las empresas.
Cabe recordar que el "principio de subsidiaridad" es uno de los principios sobre los que se sustenta la Unión Europea según quedó establecido en el Tratado de la Unión Europea. En Chile, es el contenido del Artículo Primero de la Constitución Política de la República. (En estos términos, muy similares a los que se establecieron en la Unión Europea: “Artículo 1º. Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos. La familia es el núcleo fundamental de la sociedad. El Estado reconoce y ampara a los grupos intermedios a través de los cuales se organiza y estructura la sociedad y les garantiza la adecuada autonomía para cumplir sus propios fines específicos. El Estado está al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible, con pleno respeto a los derechos y garantías que esta Constitución establece.”)
El principio de subsidiaridad se conecta directa y estrechamente con el Principio de Solidaridad.
El Principio de Solidaridad.
El principio de solidaridad establece que las personas se asocien solidaria y cooperativamente cuando por sí solas no pueden enfrentar una situación o problema que las afecta. Que las personas, las familias, las organizaciones intermedias, se ayuden y colaboren unas con otras, potenciando de ese modo sus capacidades de enfrentar sus necesidades, cumplir sus aspiraciones, realizar sus proyectos. Es el principio del que surge el Factor C, según el cual la unión de conciencias, de voluntades, de emociones y de recursos en función de un objetivo compartido, potencia el logro de esos objetivos. Opera este principio fortaleciendo a los integrantes por su pertenencia a la comunidad, y potencia a las comunidades por su efecto integrador. Las organizaciones mayores, desde el Estado hacia abajo, están para apoyar y fortalecer a las unidades menores, y hasta llegar a las personas y familias.
Por todo lo dicho se comprenderá que el estatismo, entendido como la tendencia a responsabilizar al Estado de la mayor cantidad de temas, problemas y asuntos, es la negación completa de los principios de subsidiaridad y de solidaridad.
Estos dos principios son, en mi opinión, esenciales para una buen orden social y político. Significan que en una nueva civilización, son las personas, las comunidades locales, las organizaciones de la sociedad civil, y un Estado entendido en términos subsidiarios, quienes deben asumir la responsabilidad de atender tan importantes asuntos como son la educación, la salud, el cuidado del ambiente y del territorio, etc.
Sobre estos complejas cuestiones que el Estado concentrador del poder no logra superar, hemos propuesto caminos de solución basados en la solidaridad civil, la organización de las comunidades, el desarrollo de la economía solidaria, nuevas formas de la educación en sus diversos niveles, entre otros.
Ahora bien, si la solución de problemas actualmente mal resueltos por el Estado significa que funciones que actualmente cumple el Estado deban ser asumidas por instancias públicas no estatales, surge la cuestión del financiamiento de esas funciones, y en particular, la necesidad de implementar un sistema de tributaciones y de asignación de la renta nacional, diferente al sistema tributario que concentra en el Estado los recursos que la sociedad puede disponer para enfrentar esos problemas.
La propuesta.
Téngase en cuenta que el Estado obtiene actualmente financiamientos provenientes de: 1) Rentas territoriales, mineras, contribuciones de bienes raíces, ingresos por concesiones diversas, aranceles aduaneros, etc.; 2) IVA e impuestos que tributan las personas y las empresas; 3) Multas ; 4) Activos propios que generan beneficios.
La idea de un nuevo sistema de tributaciones y asignación de las Rentas nacionales apunta a que una parte significativa de los ingresos que actualmente obtiene el Estado sean recibidos directamente y gestionados por entidades públicas menores organizadas según el principio de subsidiaridad, y por entidades de la sociedad civil más próximas a los problemas, las que asuman aquellas funciones que ya no cumplirá el Estado central.
Mi propuesta se basa en parte también en el modelo analítico de la Teoría Económica Comprensiva que distingue seis factores necesarios para producir, reproducir y ampliar la vida de las personas y de la sociedad en todas sus necesidades y aspiraciones. Tales factores son: el trabajo (los trabajadores), el financiamiento (o quienes aportan el capital), los medios materiales (la Naturaleza y sus componentes físicos y biológicos), la tecnología (el Conocimiento y sus aplicaciones técnicas), la administración o gestión (que cumple a nivel macrosocial el Estado), y el factor C (la Comunidad, la solidaridad).
Esos seis elementos participan en la producción del valor y en la reproducción de la vida, y siendo ellos indispensables es necesario que se les asegure su mantenimiento, su reproducción y su expansión cuantitativa y cualitativa. Y para ello, debe asignárseles, a cada uno, partes del valor que contribuyen a generar.
En las sociedades actuales, el valor económico que produce una economía se distribuye en tres partes: a) la que recibe el capital como ganancias e intereses; b) la que recibe el trabajo como salarios y remuneraciones, y c) la que recibe el Estado como impuestos que tributan las empresas y las personas. Con esos ingresos que recibe el Estado, éste asigna jerárquicamente, de arriba hacia abajo y con criterios políticos, las partidas de recursos para solventar la reproducción de los factores Trabajo, Naturaleza (cuidado del ambiente, del territorio, etc.), Conocimiento (educación, ciencias, etc.) y Comunidad (salud, deportes, recreación, etc.).
Lo que postulo es que en un nuevo ordenamiento tributario y de asignación de las Rentas Nacionales, propio de una nueva civilización no estatista ni capitalista, centrada en la sociedad civil, en las personas y en la comunidad, esos ingresos que actualmente recibe el Estado por Rentas, impuestos y otras fuentes, sean repartidos entre, y recibidos directamente por, un conjunto organizado (según los principios de subsidiaridad y solidaridad), de entidades que representen a los factores Trabajo, Naturaleza, Conocimiento, Comunidad y Estado.
Esto implicaría un sistema tributario en que las empresas y las personas, manteniendo el actual monto de sus impuestos, los paguen directamente, en partes definidas en alguna proporción, a diferentes receptores:
1. El Estado responsable de sus funciones de administración general, seguridad, justicia, bienes nacionales, etc;
2. Una institucionalidad autónoma y descentralizada responsable del cuidado de la biósfera y del medio ambiente;
3. Una institucionalidad autónoma y descentralizada responsable de las Relaciones Laborales;
4.Una institucionalidad autónoma y descentralizada responsable del desarrollo del conocimiento, las ciencias y las tecnologías;
5. Una Institucionalidad autónoma y descentralizada responsable de la Educación;
6. Una institucionalidad autónoma y descentralizada responsable de la Salud y la Previsión Social.
Cuánto destinar a cada uno de estos sectores y ámbitos de gestión, podría establecerse por acuerdo político a nivel nacional, con algún porcentaje que puedan decidir con autonomía las empresas y las personas según sus propias preferencias.


Termino volviendo a la cuestión del comienzo, sobre la viabilidad de la implementación de un cambio como el esbozado. Cinco breves observaciones al respecto:
1. Entendiendo que ésta es sólo una propuesta conceptual, es obvio que cualquier implementación práctica exigirá estudios y elaboraciones cuidadosas, atentas y detalladas, que corresponde realizar a los entendidos en la materia y que sean difundidas políticamente.
2. La implementación de un cambio como éste requerirá desplegarse como un proceso paulatino y progresivo de tránsito desde el sistema actual al sistema nuevo. En tal sentido, por ejemplo, las Rentas Nacionales podrían ser mantenidas por el Estado central, mientras que las Rentas territoriales y de contribuciones de bienes raíces se descentralicen. Son posibles diversas articulaciones en un proceso gradual de implementación.
3. Será indispensable desarrollar dinámicas de aprendizaje de parte de los ciudadanos y por las entidades inferiores que se vayan creando, a fin de que puedan asumir con eficiencia las responsabilidades que les correspondan en sus ámbitos propios.
4. Será necesario también realizar adecuaciones y transferencias del personal administrativo del Estado central para que presten sus servicios en las instituciones descentralizadas que se creen, aprovechándose así sus competencias y experticias.
5. El cambio no puede esperarse de alguna generosa concesión de quienes ejercen el poder, que por propia voluntad decidan desprenderse del mismo. Eso no va a ocurrir, porque el interés y la tendencia predominante en la clase política y en la burocracia estatal apuntan en sentido contrario. Será indispensable, por tanto, que las organizaciones y comunidades de la sociedad civil, y los grupos profesionales más próximos a los respectivos campos de problemas (la educación, la salud, la ciencia, el trabajo, etc.) se organicen y desplieguen procesos de empoderamiento social, y que exijan recuperar el control de los recursos a los que tienen derecho y que actualmente se encuentran concentrados en el Estado. No se trata de presionar para que el Estado les provea de más recursos sectoriales, sino para que éstos les sean transferidos directamente por los ciudadanos y las empresas contribuyentes, en un nuevo sistema tributario y de asignación de la renta nacional.
Espero sus comentarios, observaciones, críticas y sugerencias, para avanzar en la elaboración de una propuesta más detallada.
Luis Razeto



jueves, 25 de julio de 2019

SOBRE LA CAÍDA DEL GOBERNADOR ROSELLÓ EN PUERTO RICO

Escribo estas líneas pensando en mis amigos que trabajan en la economía solidaria y por una nueva y mejor civilización en Puerto Rico, y que he observado por las redes sociales que han participado activamente y con entusiasmo en las manifestaciones que provocaron la caída del Gobernador.
Observados desde lejos, los recientes sucesos de Puerto Rico me plantean muchos interrogantes.

1. ¿Cuáles son los aprendizajes que se estarían dando con la caída del Gobernador de Puerto Rico Ricardo Roselló, bajo fuerte, consistente y sostenida presión popular?

El primer aprendizaje es de los ciudadanos. Ahora saben que pueden derrocar a un gobernante, electo por ellos mismos, si no les cumple o satisface en el desempeño de sus funciones de gobernante.

El segundo aprendizaje es de los políticos y sus partidos. Ahora saben que los ciudadanos los pueden derrocar, hacerlos renunciar no obstante la seguridad que les ofrezcan las leyes e instituciones.

El tercer aprendizaje es del gobierno y los legisladores de EE.UU. Ahora saben que el Gobernador electo de su Estado Libre Asociado puede ser derrocado por la presión popular.

El cuarto aprendizaje es de los inversionistas internacionales y nacionales, que ahora saben que la estabilidad del Gobierno es menor a la que se creía hasta antes de este suceso.

2. ¿Cuál es el significado histórico de este acontecimiento?

En primer lugar, destaca que se trata de un cambio muy profundo en las relaciones entre la clase política y el Gobierno por un lado, y los ciudadanos por el otro. Hay, en tal sentido, un notable empoderamiento de los ciudadanos, y un significativo debilitamiento de los políticos.

En segundo lugar, es bastante obvio que estamos frente a un debilitamiento del orden institucional establecido. Las instituciones fueron sobrepasadas, y esto es un hecho que puede tener grandes consecuencias, para bien o para mal.

Cabe preguntarse el significado histórico más profundo, en términos de civilización. Creo poder afirmar que estamos ante un episodio – un episodio más – de la crisis del pilar político de la civilización moderna, en la forma particular que ésta ha asumido en Puerto Rico. Es, dicho de otro modo, una agudización y aceleración de la crisis, de la agonía de la civilización moderna. En particular, es clara la desafección e incluso el rechazo ciudadano respecto del sistema de partidos y al modo de representación política que caracterizan al Estado y al Gobierno propios de esta civilización.

No me parece que sea, por sí mismo, un episodio que constituya un inicio, un embrión de una nueva civilización. Porque, al final de cuentas, el modo de la acción que derivó en la caída del Gobernador, fue uno que corresponde a la política y vida social de ésta civilización: una acción de fuerza social, un movimiento de masas, una acción masiva que, de por sí, no constituye una efectiva novedad (aunque pueda parecerlo a sus protagonistas, dada la intensidad que adquirió esta “lucha de masas”).

3. Interrogantes que surgen a partir de estos aprendizajes y de este significado histórico.

¿Qué harán, sobre la base de lo aprendido, los ciudadanos de Puerto Rico?
¿Qué harán los políticos y los partidos de Puerto Rico?
¿Qué harán el gobierno y los legisladores de EE.UU?
¿Qué harán los inversionistas internacionales y nacionales?

De lo que cada uno de estos actores haga, depende si lo sucedido derivará en una acentuación de la crisis y agonía de la civilización moderna; o en su continuidad sin mayores consecuencias, o en el inicio de la transición a una nueva civilización.

Por de pronto, lo más probable es que los inversionistas internacionales y nacionales esperen el curso de los hechos durante las próximas semanas y meses antes de realizar inversiones o desinversiones en Puerto Rico.

En cuanto a los partidos y personajes políticos, lo más probable es que en lo sucesivo cuiden mucho más su imagen pública, y estén más atentos a todo lo que la pueda dañar. Y poco más que eso, porque, como decía Aristóteles, el actuar sigue al ser, y el modo de actuar, es el que corresponde al modo de ser.

Lo que hagan el Gobierno y los legisladores de EE.UU. dependerá de cuánto interés tengan en Puerto Rico y en la continuidad o el cambio de su estatus institucional.

¿Y los ciudadanos? Seguramente habrá diferentes cursos de acción, y también retorno a la pasividad. Pero como no conozco suficientemente sus realidades, no me atrevo a ir más allá de esperar que los ciudadanos de Puerto Rico utilicen sus renovadas fuerzas para desarrollar conocimiento, creatividad, autonomía y solidaridad, que son las bases de la construcción de una mejor sociedad, en camino hacia una nueva civilización.

Luis Razeto

viernes, 19 de julio de 2019

EDUCACIÓN Y TRABAJO: HACIA UN CAMBIO RADICAL


Pienso que una de las graves distorsiones que vivimos y sufrimos en la civilización moderna es la separación que se ha establecido entre la educación y el trabajo. No me refiero a lo que suele afirmarse en cuanto a que la educación secundaria y universitaria no preparan adecuadamente para el desempeño laboral requerido por la economía, el mercado o las necesidades del Estado. Me refiero a algo antropológica y socialmente mucho más profundo, pero que nadie observa, critica ni menciona.

A lo que me refiero, es al hecho, estructura y proceso conforme al cual la vida de cada individuo se desenvuelve en tres etapas claramente diferenciadas: una primera etapa dedicada casi exclusivamente a la instrucción, en que las personas no desarrollan actividades laborales de ningún tipo; una segunda etapa dedicada al trabajo, en que las personas dejan de estudiar y de educarse, y una tercera etapa en la que se deja de hacer ambas cosas: ni se estudia ni se trabaja.

Naturalmente, esta estructuración de la vida es consecuencia de los que he llamado 'pilares de la civilización moderna': el industrialismo capitalista, el estatismo y el cientismo positivista. En esta sociedad estamos tan compenetrados y con-formados por las exigencias de adaptación a estos tres pilares, y nuestras vidas están tan marcadas por la separación entre la educación y el trabajo, que no nos damos cuenta de la distorsión que significa, desde el punto de vista del desarrollo humano y de la salud corporal, mental y espiritual, el modo en que se ha llegado a establecer la relación entre la educación y el trabajo.

Es la experiencia habitual de casi todos los que viven en sociedades modernas, y es lo que la economía y el Estado han predispuesto al organizar la vida colectiva. Pero hay que preguntarse: ¿es humanamente natural y apropiado para el desarrollo personal y para la salud mental, que las personas estén dedicados los primeros 20 o 30 años de sus vidas casi exclusivamente a estudiar e instruirse, en instituciones educacionales donde reciben innumerables datos, informaciones y elaboraciones intelectuales y científicas que sólo en pequeñísima parte les serán de utilidad, o tendrán aplicación, o siquiera recordarán una vez concluido el ciclo educativo?

Y ¿es humanamente natural y apropiado para el desarrollo personal y para la salud mental, que los próximos 30-40 años de la vida se dediquen casi exclusivamente a trabajar, actividad en que la inmensa mayoría de las personas ejerce funciones para las que no ha sido preparada por la instrucción anteriormente recibida, debiendo en cambio aprender o re-aprender en la práctica y por la experiencia, conforme al más antiguo e ineficiente método del 'ensayo y error', y que durante tan largo período de la vida, dejen de leer y estudiar, excepto en lo estrictamente indispensable para el ejercicio de las funciones laborales inmediatas?

Y finalmente, ¿es humanamente natural y apropiado para el desarrollo personal y la salud mental, que los últimos 10 – 30 años de la vida se dediquen ... ni a estudiar ni a trabajar, sino a pasarlos muy pasivamente o en actividades banales o irrelevantes, y en gran parte atendiendo y conversando sobre los propios problemas de salud?

(Pregunta marginal: ¿Hay algo que marque en la práctica real y cotidiana, alguna continuidad a lo largo de estas tres etapas tan claramente diferenciadas de nuestras vidas? Sí, la televisión, a la que se dedican varias horas diarias de pasiva entretención a lo largo de la vida, y que ayuda a liberarse del estrés que producen primero el estudio, luego el trabajo y finalmente la enfermedad).

Estoy consciente de que, para explicar el problema he exagerado al presentar los hechos y la estructura de las relaciones que se dan entre la educación y el trabajo a lo largo de la vida; pero en lo fundamental, lo que he dicho corresponde a la experiencia real de una inmensa proporción de los seres humanos que viven en las ciudades modernas.

El hecho es que actualmente esta organización de la sociedad y de la vida de las personas se encuentra en una grave crisis, que afecta prácticamente a toda la población. Hay una crisis del trabajo, que se manifiesta en la precarización del empleo y en el incremento de la desocupación estructural que afecta especialmente a los jóvenes; hay una crisis de la educación, cuya duración tiende a extenderse para evitar aún mayor desempleo juvenil, y que se manifiesta en el creciente malestar de los estudiantes que toman conciencia de la inutilidad de los estudios que realizan; y hay una crisis de la 'tercera edad' que crece como proporción de la población total, pero cuyas condiciones de bienestar están amenazadas por la creciente dificultad de mantener los costos de la jubilación y la salud. Estas tres crisis son expresiones -las más visibles- de la crisis de civilización en que estamos.

Frente a estas crisis nos encontramos ante la necesidad de transitar lo más rápidamente posible hacia una nueva civilización, esto es, hacia nuevas formas de vivir y de organizar la sociedad, implicando ello, especialmente, crear y desarrollar nuevos modos de educación y de trabajo, caracterizados por una muy diferente articulación entre ellos.

En la vida humana 'natural', el conocer y el hacer práctico son actividades permanentes que se despliegan simultáneamente a lo largo de toda la vida. Y no es sólo una cuestión de temporalidad, sino que el conocimiento y el hacer práctico se entrelazan dinámicamente, sirviéndose el uno al otro. Se conoce y ello facilita y perfecciona la actividad práctica; y se actúa y trabaja, y ello alimenta el conocimiento y plantea preguntas y desafíos que requieren ampliar y profundizar el conocimiento.

Conforme a esta relación 'humana' entre el conocer y el hacer práctico, la educación entendida como estudio, aprendizaje y desarrollo del conocimiento, y el trabajo, que es el hacer práctico en los distintos campos en que se requiere actividad humana para satisfacer las necesidades, aspiraciones y deseos, han de desenvolverse simultáneamente y en estrecha articulación y recíproca cooperación.

Sobre esta base hay que inventar nuevos sistemas educacionales y nuevos sistemas laborales. Lo esencial será desplegar en el tiempo, a lo largo de la vida humana, procesos que coordinen el aprendizaje cognitivo y las actividades prácticas necesarias para la vida personal y colectiva. Implica que se habrá de trabajar desde niño, pero en actividades sencillas, entretenidas, apropiadas para la edad infantil, relacionadas con el estudio y generadoras de preguntas; trabajos que impliquen el desarrollo de las capacidades en las diversas dimensiones de la vida humana. El trabajo ha de continuar y mantenerse después siempre asociado al desarrollo del saber, durante toda la vida, mientras las capacidades cognitivas y las fuerzas físicas nos acompañen.

Evidentemente, tal modo de educarse y de trabajar conllevan otro modo de vida, y muy distintos modos de organización de la economía, de la política y de la cultura. Hablamos de una vida nueva y de una nueva civilización, centradas en el conocimiento, la creatividad, la autonomía y la solidaridad de las personas. Donde el esfuerzo cognitivo y el trabajo no sean, bajo ningún aspecto, objeto de explotación ni de subordinación de unas personas a otras. Economía solidaria y educación permanente, integradas en experiencias familiares, asociativas, comunitarias.

Pues bien, si este cambio se ve muy difícil y lejano de implementar a nivel de la sociedad en su conjunto por las resistencias que es imaginable que el sólo planteo de la idea ha de suscitar, parece en cambio perfectamente realizable a nivel personal, familiar, comunitario y local, en talleres-escuela, en escuelas-talleres, o en las modalidades que la experimentación irá demostrando en la práctica que sean apropiadas y eficientes. Para desarrollar experiencias de este tipo a nivel personal, familiar, comunitario, basta la conciencia de la necesidad y el comprender la conveniencia de hacerlo, con creatividad, con autonomía, en solidaridad.

Luis Razeto



lunes, 15 de julio de 2019

LAS CAUSAS DE LA DESIGUALDAD Y LO QUE SE PUEDE HACER

Un reciente Informe de Oxfam, llamado “Una economía al servicio del 1 %” muestra que, desde 2010, la riqueza de la mitad más pobre de la población se ha reducido en un billón de dólares. Esto ha ocurrido a pesar de que la población mundial ha crecido en cerca de 400 millones de personas durante el mismo período. Mientras, la riqueza de las 62 personas más ricas del planeta ha aumentado en más de 500.000 millones de dólares, hasta alcanzar la cifra de 1,76 billones de dólares.
En realidad, la desigualdad viene acentuándose desde hace varias décadas. Todos lo atribuyen al modo de producción, distribución, consumo y acumulación imperante, lo que es obvio; pero es necesario ser más específico en la comprensión del proceso que conduce a una desigualdad que viene acentuándose y que continuará en el mismo sentido en los próximos años. El hecho de fondo que explica esta tendencia a la concentración de la riqueza es el incremento de la productividad del capital, que resulta de los avances científicos y tecnológicos, y que conlleva, por un lado una progresiva sustitución de la fuerza de trabajo en los procesos productivos, y por otro, la marginación y salida del mercado de las unidades productivas de menor productividad y eficiencia.
Ahora bien, un aspecto clave que hay que tener en cuenta en toda esta dinámica económica es que el incremento de la productividad del capital y el desarrollo tecnológico inciden en una reducción de los costos de producción, y consiguientemente, en una reducción de los precios de los bienes y servicios, lo que beneficia a los consumidores.
Pero la tendencia de la concentración de la riqueza tiene como efecto, también, que los consumidores tienen menos ingresos autónomos con los cuales comprar los productos que se ofrecen en el mercado a precios decrecientes. Esto se ha venido compensando en los últimos años y décadas con un incremento del crédito al consumo, implicando un creciente endeudamiento de los consumidores. Consumidores cada vez más dependientes de los bancos, que deben destinar un creciente porcentaje de sus ingresos al servicio de los créditos solicitados en magnitudes cada vez mayores.
Para evitar las recesiones los Bancos Centrales han bajado las tasas de interés y aumentado la emisión monetaria. Pero estos dineros han terminado, crecientemente, en manos de las grandes corporaciones, precisamente por ser más competitivas y de mayor productividad, acentuándose así la concentración y la desigualdad.
También los Estados contribuyen de manera cada vez más importante al mantenimiento del sistema, sosteniendo la demanda y el consumo. Por un lado han creado constantemente nuevos empleos públicos, y por otro lado proveen a la población crecientes servicios sustitutivos de los que se ofrecen en el mercado, pero que igual implican demanda para las grandes empresas. Por poner un ejemplo, compran computadores que ofrecen gratuitamente a los estudiantes.
El problema es que este modo que tiene el Estado para sostener la demanda encuentra límites en la capacidad que tiene el Estado de obtener ingresos autónomos (que son los que obtiene por los impuestos, las multas y los ingresos de sus propias empresas). Lo que hacen los Estados, entonces, para financiar los déficits en las finanzas públicas es, igual que los consumidores privados, endeudarse, emitiendo bonos y solicitando créditos.
Crecientemente dependientes del sistema financiero internacional, los Estados buscan aumentar sus ingresos acrecentando la carga fiscal, esto es, aumentando los impuestos. ¿Pero a quiénes? No pudiendo hacerlo a las grandes corporaciones multinacionales (si lo hacen ellas se desplazan hacia otros países, desinvierten o amenazan con hacerlo), sólo pueden aumentar los impuestos a los productores locales y a los consumidores. Así las empresas locales se tornan cada vez menos competitivos, y continúan siendo desplazadas por las grandes corporaciones.
¿Hay salida? NO, no la hay, dentro de este sistema económico internacional. ¿Es posible ‘salirse’ de este sistema económico internacional? NO, porque tanto el Estado como los consumidores viven de que el sistema económico y financiero existentes sigan en funcionamiento.
Los Estados no pueden revertir, sino marginalmente, la tendencia mundial a la concentración de la riqueza y a la desigualdad creciente. Lo más insólito es que los países que logran continuar su crecimiento económico y disminuir la pobreza son aquellos que establecen alianzas estratégicas con el gran capital trasnacional. (Un ejemplo cercano ha sido el de Chile, y lo vemos también actualmente en Bolivia).
¿QUÉ HACER? No veo otra alternativa que la creación de una economía de solidaridad y de trabajo, que genere nuevas empresas, nuevas fuentes de trabajo, que produzcan bienes y servicios distintos a los que ofrecen las grandes empresas.
Ello sólo es posible si va acompañado de un cambio fundamental y progresivo de los tipos de consumo que predominan en la actualidad. En efecto, la economía de solidaridad y trabajo, junto con crear riqueza compartida, debe generar sus propios consumidores.
Si lo pensamos bien y a fondo, lo que se hace necesario es un proceso de transición hacia una nueva civilización, que en lo económico requiere el desarrollo de una nueva empresarialidad (asociativa y solidaria), de nuevas formas de trabajo (trabajo autónomo y asociado), y de nuevos y mejores modos de consumo (consumo responsable y orientado al desarrollo humano integral).
Luis Razeto