Observo
los acontecimientos que se están verificando en Chile, y también en
otros países. Protestas masivas, multitudes que se manifiestan en
las calles exigiendo derechos y beneficios sociales, también saqueos
y vandalismo más o menos espontáneos, y acciones violentas de
grupos organizados.
Los
analizo desde mi convencimiento de que estamos frente al declinar de
la civilización moderna, y en la perspectiva de la urgente necesidad
de iniciar la creación de una nueva civilización. Trataré de
resumir lo que observo y lo que pienso en estas muy complicadas
situaciones.
Muchos
dicen haber sido sorprendidos por la intensidad y persistencia de
estos hechos, que no imaginaban que pudieran ocurrir con tanta
fuerza. A mí, en verdad, no me han sorprendido y en cierto modo los
he venido previendo. Los vengo anunciando y advirtiendo en mis
estudios desde hace tiempo, y más recientemente los vengo
representando en mis novelas sociológicas y de anticipación
histórica: LA CIVILIZACIÓN MODERNA HA ENTRADO EN SU FASE DECLINANTE
Y YA AGONIZA. Su final es inevitable, aunque no podemos saber los
tiempos que durará su decadencia, que serán diferentes según los
niveles de consistencia que esta civilización, y su crisis, hayan
alcanzado en los distintos países. Pero es importante comprender lo
que sucede, examinando los procesos que han conducido a ellos.
Lo
primero que muere de una civilización es su pilar cultural, que
incluye los valores, la ética, la ideología, la religión, la
educación, la racionalidad, que la sustentan. Eso ya ocurrió, y
precisamente por eso, la caída de esta civilización es inevitable.
Después
viene la caída del pilar político. En el caso actual, de la llamada
democracia, que es en realidad el régimen burocrático-representativo
y de partidos políticos, que gobierna al Estado. Ya se aprecia que
no es capaz de resolver los problemas y de asegurar gobernabilidad.
Se está desmoronando rápidamente. Después vendrá,
inevitablemente, la caída del sistema económico.
En
este contexto la pregunta que surge inmediatamente es ¿qué hacer?
Mi
respuesta es lo que vengo elaborando y exponiendo también desde hace
años, y también representando en mis novelas de anticipación
histórica: una economía de solidaridad y trabajo, una nueva
estructura del conocimiento y de la proyectación, una renovación
ética y espiritual, una nueva educación, una ecopolítica, o en
síntesis, iniciar la creación de una nueva civilización, fundada
en el conocimiento, la creatividad, la autonomía y la solidaridad.
Desglosando
y precisando este análisis sobre la crisis de civilización que
vivimos, paso a analizar con algún mayor detalle las tres
dimensiones de esta crisis, o sea el desmororamiento de sus tres
pilares.
LA
CRISIS DEL PILAR CULTURAL.
Comienzo
por la crisis del pilar cultural, que incluye los valores, la ética,
las ideologías, la religión, la educación, la racionalidad, que
sustentan la civilización moderna. Esta crisis se manifiesta en el
descontento, la ansiedad, la desorientación, la rabia, la falta de
fines claros y de sentido de la vida. Especialmente de los jóvenes,
que experimentan más fuertemente la desorientación y la crisis de
sentido, pero no sólo de ellos.
Las
religiones han perdido la credibilidad y la confianza que generaban.
Las familias no educan, y están ellas mismas en crisis. Las
ideologías ya no orientan ni motivan a las masas. La educación no
forma en valores ni virtudes, y sólo entrega conocimientos
fragmentados. Los medios de comunicación alientan el descontento. La
clase política es percibida como corrupta y tampoco proporciona una
guía consecuente en torno a un proyecto que convenza y que convoque.
La racionalidad de la economía imperante no es aceptada por las
mayorías, incluso si se comportan conforme a sus orientaciones de
consumismo y endeudamiento. No hay modelos ni referentes éticos, más
allá de personajes de la farándula y del deporte.
Las
personas están desorientadas, porque carecen de una ética exterior
y normativa que las convenza, y también de una ética asumida
concientemente por la que se auto-orienten y dirijan. La subjetividad
prima sobre la racionalidad, y se vive según las cambiantes
emociones que suscitan las situaciones inmediatas. Muchos caen en
adicciones, especialmente por alcohol y drogas.
Todo
esto, si bien no afecta a todas las personas y grupos sociales, se va
extendiendo y generalizando como un clima cultural compartido. Cunde
el descontento y la insatisfacción. Diría que hay una hipertrofia
del criticismo. Se legitiman comportamientos que la ética
convencional no aceptaría.
Cuando
el pilar cultural, ético, ideal, racional y espiritual que sustenta
una civilización se desvanece, si no surge una nueva cultura
civilizatoria, se va cayendo en lo no-civilizado, que suele llamarse
"barbarie".
LA
CRISIS DEL PILAR POLÍTICO.
Lo
primero es precisar qué es lo que está en crisis. En mi opinión,
nada menos que el Estado, convencionalmente llamado democrático,
pero que en términos más rigurosos de ciencia de la historia y de
la política, es el Estado burocrático-representativo con régimen
de partidos políticos.
Este
Estado burocrático-representativo y el régimen de partidos
políticos que lo gobierna, han perdido en grande y creciente medida
la capacidad de cumplir los fines y funciones que le son atribuidos
al Estado en la civilización moderna, a saber:
Uno,
asegurar el orden social, controlar la delincuencia, administrar
justicia, garantizar la propiedad y los contratos.
Dos,
encausar y dar curso racional a las transformaciones y cambios que
son demandados por las dinámicas ideológicas y culturales de la
sociedad civil.
Tres,
regular y ordenar la economía para que sirva al bien común.
Cuatro,
proveer los medios que aseguren la satisfacción de las necesidades
básicas de la población en salud, educación, previsión social,
etc.
Y
cinco, cumplir todo lo anterior sin afectar sino garantizando las
libertades fundamentales de creencias y pensamiento, de expresión y
comunicación, de asociación y organización social.
Es
cierto que cumplir todo esto que se le pide al Estado es mucho, y que
nunca lo ha podido lograr cabalmente. Pero el problema no es la
imperfección con que lo realice, que es inevitable. La crisis del
Estado consiste en que, desde hace algunas décadas, ha dejado de
avanzar en la dirección de ampliar y profundizar el logro de estos
fines, evidenciándose por el contrario una grave, progresiva y
acelerada pérdida de su capacidad de cumplirlos.
Consecuencia
de esto es el distanciamiento y rechazo del orden político por
grupos crecientes de ciudadanos, la fragmentación de la sociedad,
una conflictualidad acentuada, la protesta y la ingobernabilidad de
las masas, la corrupción de las instituciones, el desprestigio de la
clase política. Y el populismo que a fin de cuentas es la peor forma
de cumplir las funciones indicadas, si no es directamente su
negación.
Cabe
observar que esta crisis del Estado y de los partidos (del pilar
político de la civilización moderna), está vinculado y en gran
parte causado, por la crisis del pilar ideológico, moral y cultural.
LA
CRISIS DEL PILAR ECONÓMICO.
En
la mayoría de los países del mundo la economía crece, anualmente,
entre el 1 y el 4 % cada año. ¿Cómo puede afirmarse que el pilar
económico de la civilización moderna (la producción, la
circulación, el consumo y la acumulación capitalistas) está en una
crisis que se está acentuando y que incluso corre el peligro de
derrumbarse?
Lo
primero que puedo afirmar al respecto, es que el crecimiento no es
señal ni indicador de salud y fortaleza. Esto ya lo pudimos apreciar
al examinar la crisis del Estado como pilar político de la
civilización moderna. El Estado viene creciendo desde hace décadas:
aumenta constantemente el tamaño de su burocracia; las instituciones
que protegen el orden público, que administran justicia, que regulan
la economía, que proveen servicios de educación, salud y previsión
social, tienen cada vez más personal, y disponen de presupuestos que
crecen anualmente más que el crecimiento de la producción; los
impuestos aumentan constantemente, demostrando que el poder del
Estado para imponerlos a las empresas, a los consumidores y a los
ciudadanos no ha sufrido merma sino, al contrario, parece cada vez
más fuerte. Pero el hecho es que no obstante crecer, los fines y las
funciones que tiene el Estado los cumple de modo crecientemente
insatisfactorio. El crecimiento no es señal de salud, sino
exactamente al contrario: pone en evidencia su crisis, su incapacidad
de resolver los problemas y de cumplir sus fines y funciones, no
obstante contar con mayores y crecientes medios. El crecimiento puede
ser indicador de enfermedad, como ocurre con muchos órganos de
nuestro organismo cuando se hipertrofian.
Y
así sucede con la economía: su crecimiento no es necesariamente
indicador de un buen funcionamiento y del logro de sus fines. Los
fines de la economía son proporcionar una apropiada satisfacción de
las necesidades humanas; asegurar el bienestar de la población;
generar integración y progreso social; garantizar que los logros
alcanzados en bienestar y progreso puedan sostenerse en el mediano y
largo plazo, lo que a su vez implica asegurar la disponibilidad
futura de los recursos y factores productivos indispensables.
Como
la población crece y las necesidades de cada individuo, familia y
grupo social se expanden, no parece que puedan cumplirse y mantenerse
esos fines sin que la economía crezca; pero el crecimiento de la
producción y del consumo, por sí mismo, no asegura ninguno de esos
objetivos. Entonces, aún existiendo crecimiento ¿cuáles son las
causas y las manifestaciones de la crisis del pilar económico de la
civilización moderna?
Respecto
a la satisfacción de las necesidades humanas, el problema es que la
actual economía capitalista, financiera y consumista exacerba las
necesidades, las aspiraciones y los deseos de los consumidores, de
suerte que no son posibles de satisfacer con la producción que la
economía genera y con el dinero que la circulación financiera y la
distribución de los ingresos proporciona a los consumidores.
Necesidades, aspiraciones y deseos que hace algunos años eran
exclusivos de un sector pudiente de la sociedad, se han generalizado,
expandiéndose las expectativas, sin que el mercado provea los medios
para satisfacerlas. Ello da lugar, obviamente, a una creciente
insatisfacción, frustración, malestar e infelicidad. El incremento
del crédito, si en una fase contribuyó a equilibrar las demandas de
los consumidores con los medios de pago disponibles, ahora acentúa
el desequilibrio con un sobre-endeudamiento que exige pagarse con un
porcentaje creciente de los ingresos de las personas y familias.
En
cuanto a la integración social que la economía debiera
proporcionar, la evidente concentración de los ingresos y de la
riqueza que produce la actual conformación del mercado, genera una
desigualdad que es percibida como inequidad por toda la población
que no forma parte de los reducidos grupos favorecidos.
Y
en cuanto al objetivo de la sustentabilidad, es sabido que el uso
excesivo de los recursos naturales y de las energías no renovables,
con sus consecuentes daños al medio ambiente y a la ecología, que
son propios del industrialismo y del consumismo y que se agudizan con
el crecimiento económico, constituyen una amenaza evidente a la
futura reproducción económica, con todos los efectos que ya
comienzan a observarse.
Estos
son los elementos que permiten afirmar que la economía capitalista,
industrialista, consumista y también estatista, que sustenta a la
civilización moderna, está experimentando una profunda crisis, que
continuará acentuándose en los años próximos. En síntesis: esta
economía, precisamente porque crece y nadie la detiene en la
dirección en que corre, está enfrentada a su agotamiento y a su
progresivo derrumbe.
Por
cierto, esta crisis del pilar económico se conecta estrechamente con
las crisis del pilar ideológico, moral y cultural, como también con
la crisis del ordenamiento político, ya analizados.
Surge
inevitable la pregunta por el futuro: ¿Cómo se manifestará la
crisis de esta civilización en el futuro próximo? ¿Qué podemos
esperar a nivel de nuestras sociedades, y cómo nos afectará en
nuestra vida cotidiana?
EL
FUTURO QUE SE AVECINA.
Es
muy difícil prever el futuro, y para saber lo que podría suceder
sólo contamos con el análisis de las tendencias en curso, cuya
prolongación en el tiempo es previsible, y con el conocimiento de la
historia de las civilizaciones anteriores, cuyas fases de decadencia
de lo viejo y de creación de lo nuevo muestran algunas regularidades
que podemos suponer que también en esta ocasión se manifestarán. A
lo anterior, yo agrego un tercer elemento indispensable de
considerar: la acción del espíritu humano, que es creador, libre y
autónomo, solidario y fraterno, y que siempre actúa pero que lo
hace con especial intensidad en los períodos difíciles, en las
crisis, en las agonías.
Con
base en el conocimiento de esos tres elementos, podemos afirmar que
la crisis de la civilización moderna, afectada simultáneamente en
sus pilares cultural, político y económico, no se podrá detener.
La declinación continuará, en una agonía que podrá ser más lenta
o acelerada, más o menos intensa y dolorosa.
Pero
al mismo tiempo podemos esperar el comienzo de la creación de una
nueva civilización, en las mismas tres dimensiones de la cultura, de
la política y de la economía. Dicha creación podrá ser más lenta
o rápida, más o menos fácil o trabajosa, pacífica o conflictiva,
según las condiciones de cada lugar, según las iniciativas de los
sujetos que la levanten. Y según la fuerza del espíritu humano
creativo, autónomo y solidario.
Modificando
la tan manida metáfora del vaso medio lleno o medio vacío, sostengo
que veremos en el futuro un vaso casi lleno que se irá vaciando, y
un vaso casi vacío que se irá llenando.
El
vaciamiento de la civilización moderna comportará dos dinámicas
simultáneas y recíprocamente condicionadas. Por un lado, el
debilitamiento e inseguridad creciente de las actuales élites
económicas, políticas y culturales, cuyas capacidades de
organización y conducción continuarán decayendo; y por otro lado,
un malestar creciente de las grandes multitudes subordinadas, que
incrementarán sus protestas sociales, el irrespeto de las leyes y la
insubordinación a los gobiernos, y que experimentarán una paulatina
disgregación, desorientación y empobrecimiento. Las élites
económicas y políticas podrán ofrecer a las multitudes
descontentas, algo más de lo mismo que han ofrecido hasta ahora, que
podría paliar levemente el descontento; pero no algo diferente,
porque nadie da lo que no tiene. En Chile ¿una nueva Constitución?
Sí, será necesaria. Siempre que no sea elaborada por esas mismas
élites políticas que están en crisis, y que surja de procesos
reflexivos, dialógicos y deliberativos en que todos los sectores
participen y que requieren madurar en el tiempo.
Pues,
en cuanto al surgimiento de una nueva civilización, conviene
considerar lo que ha sucedido en los anteriores procesos históricos
de implantación de una civilización nueva cuando la anterior se
derrumba. La alternativas son, en grandes líneas:
POR
LA RAZÓN Y EL ESPÍRITU, O POR LA FUERZA Y LA VIOLENCIA.
Hemos
visto que el derrumbe de la actual civilización comenzó con el
deterioro y decadencia del pilar cultural, moral y espiritual. La
creación de una civilización nueva tendrá que comenzar desde ese
mismo nivel intelectual, moral, cultural y espiritual, y a partir de
allí podrán irse construyendo los nuevos pilares económico y
político.
Pero
la relación entre el nivel cultural, intelectual y espiritual, y los
niveles político y económico, es compleja y requiere atenta
consideración.
El
historiador inglés Arnold Toynbee enseña que las nuevas
civilizaciones surgen en respuesta a grandes problemas y desafíos
naturales o sociales que la civilización existente no es capaz de
resolver. Señala que en la formulación de las respuestas a esos
problemas y desafíos y en la formación de las nuevas
civilizaciones, han tenido siempre una importancia decisiva el
desarrollo del conocimiento y los factores culturales, espirituales y
religiosos. Y señala también que en el establecimiento de las
civilizaciones, han jugado un papel importante la fuerza y la
violencia política con que se imponen las nuevas soluciones y
respuestas.
Es
interesante observar la paradoja histórica: las fuerzas
intelectuales, morales y espirituales portadoras de respuestas
civilizatorias nuevas, muchas veces se han impuesto por la fuerza y
la violencia. El resultado es, obviamente, que las civilizaciones así
generadas se consolidan como sistemas de dominio, y las energías
religiosas, espirituales y culturales resultan y terminan asociadas
al poder dominante, y se contaminan y corrompen.
En
mis novelas de Anticipación Histórica he representado la
instauración de una Dictadura Constitucional Ecologista, global,
fuertemente represiva de los individuos, de la política y de las
empresas, que se genera a mediados del siglo XXI debido a la
incapacidad de las democracias para enfrentar los desafíos del orden
social, la construcción de una nueva economía, la recuperación del
medio ambiente y del cambio climático. Abrigo la esperanza de que
algo así no llegue a ocurrir, y que una nueva civilización llegue a
establecerse mediante procesos civiles y democráticos. En esas
mismas novelas represento el lento pero seguro surgimiento de una
nueva civilización más justa y solidaria.
Por
eso es importante comprender por qué las respuestas culturales,
morales y espirituales pueden terminar imponiéndose por la fuerza y
asociándose al poder; y qué se requiere para que se establezcan
pacífica y armónicamente, por la fuerza de la razón y del
espíritu.
La
explicación de la imposición por la fuerza debe buscarse en el
hecho de que, de la existencia de los problemas de la civilización
en crisis, toman conciencia grandes multitudes; pero la elaboración
de las respuestas necesarias es asunto muy complejo, y suele ser
realizada sólo por una parte de la sociedad, por algunas clases o
grupos menores, por élites intelectuales y políticas. Estas, ante
el proceso de descomposición inevitable de la civilización
anterior, urgidas por las circunstancias, convencidas de tener las
soluciones, se organizan para imponerlas y luchan hasta que lo
logran.
Lo
digo de otro modo. Es muy evidente la crisis de la civilización
moderna, y casi todos tomamos conciencia de que la humanidad debe
enfrentar hoy problemas y desafíos gigantescos: económicos,
sociales, ambientales, políticos. Pero la elaboración intelectual,
cultural y espiritual de las respuestas a los desafíos es realizada
por algunos grupos especialmente conscientes y lúcidos.
Pero
no es la única posibilidad, y quiero creer que actualmente los
medios de comunicación disponibles a nivel descentralizado, y las
tecnologías que actualmente facilitan la toma de conciencia
colectiva de los problemas y desafíos que enfrenta la humanidad,
están igualmente en condiciones de socializar la participación de
muchos en la elaboración y realización de las respuestas
intelectuales, culturales, morales y espirituales necesarias para
superarlos.
Creo
que aún hay tiempo para avanzar por el camino de la persuasión y de
la participación social en la elaboración intelectual y en la
realización práctica de las respuestas nuevas, cuya difusión y
expansión podrá acelerarse si las nuevas formas económicas,
políticas y culturales de la nueva civilización demuestran que
proporcionan una vida mejor y más feliz, y que generan formas de
convivencia armoniosas, justas y solidarias.
Por
eso, junto con expandir la conciencia de los problemas debemos
elaborar cultural, intelectual y espiritualmente las respuestas y
soluciones a ellos; y mediante actitudes y comportamientos
coherentes, e iniciativas creativas, autónomas y solidarias,
iniciar la creación de la nueva civilización, en la escala que nos
vaya siendo posible, persistiendo en el esfuerzo de expandirla,
enfrentando las dificultades que se presenten y superando los
fracasos que puedan experimentarse.
Me
viene a la mente una imagen muy hermosa pero también muy fuerte y
exigente propuesta por Niko Kazantzakis. Frente a la pobreza, la
injusticia y la opresión, el pueblo alza los brazos al cielo, los
agita y clama. Protesta, demanda, propone, exige. Pero eso no
resuelve los problemas. Es necesario, dice Kazantzakis, que esos
brazos, de tanto agitarse, se conviertan en alas. Que aparezca, que
emerja la fuerza moral y espiritual que tenemos dentro. Lo que
tampoco es suficiente. Es necesario que con esas alas que nos hayamos
dado, aprendamos a volar, con vuelo propio. Y agrega que, si dejamos
de sacudir el aire con esos brazos y esas alas y no aprendemos a
volar espiritualmente, esos brazos y alas se entumecen, se endurecen
y se convierten en cadenas. Es lo que sucede cuando la protesta
social y la energía moral y espiritual no se traducen en iniciativas
creativas, autónomas y solidarias, permaneciendo ancladas en la
crítica, la denuncia y la exigencia, o peor aún, si se traducen en
violencia, en poder y en fuerza dominadora.
Luis
Razeto