viernes, 25 de octubre de 2019

SE ACELERA LA CRISIS DE LA CIVILIZACIÓN MODERNA. ¿SERÁ QUE PODEMOS ACELERAR LA CREACIÓN DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN?

Observo los acontecimientos que se están verificando en Chile, y también en otros países. Protestas masivas, multitudes que se manifiestan en las calles exigiendo derechos y beneficios sociales, también saqueos y vandalismo más o menos espontáneos, y acciones violentas de grupos organizados.
Los analizo desde mi convencimiento de que estamos frente al declinar de la civilización moderna, y en la perspectiva de la urgente necesidad de iniciar la creación de una nueva civilización. Trataré de resumir lo que observo y lo que pienso en estas muy complicadas situaciones.
Muchos dicen haber sido sorprendidos por la intensidad y persistencia de estos hechos, que no imaginaban que pudieran ocurrir con tanta fuerza. A mí, en verdad, no me han sorprendido y en cierto modo los he venido previendo. Los vengo anunciando y advirtiendo en mis estudios desde hace tiempo, y más recientemente los vengo representando en mis novelas sociológicas y de anticipación histórica: LA CIVILIZACIÓN MODERNA HA ENTRADO EN SU FASE DECLINANTE Y YA AGONIZA. Su final es inevitable, aunque no podemos saber los tiempos que durará su decadencia, que serán diferentes según los niveles de consistencia que esta civilización, y su crisis, hayan alcanzado en los distintos países. Pero es importante comprender lo que sucede, examinando los procesos que han conducido a ellos.
Lo primero que muere de una civilización es su pilar cultural, que incluye los valores, la ética, la ideología, la religión, la educación, la racionalidad, que la sustentan. Eso ya ocurrió, y precisamente por eso, la caída de esta civilización es inevitable.
Después viene la caída del pilar político. En el caso actual, de la llamada democracia, que es en realidad el régimen burocrático-representativo y de partidos políticos, que gobierna al Estado. Ya se aprecia que no es capaz de resolver los problemas y de asegurar gobernabilidad. Se está desmoronando rápidamente. Después vendrá, inevitablemente, la caída del sistema económico.
En este contexto la pregunta que surge inmediatamente es ¿qué hacer?
Mi respuesta es lo que vengo elaborando y exponiendo también desde hace años, y también representando en mis novelas de anticipación histórica: una economía de solidaridad y trabajo, una nueva estructura del conocimiento y de la proyectación, una renovación ética y espiritual, una nueva educación, una ecopolítica, o en síntesis, iniciar la creación de una nueva civilización, fundada en el conocimiento, la creatividad, la autonomía y la solidaridad.
Desglosando y precisando este análisis sobre la crisis de civilización que vivimos, paso a analizar con algún mayor detalle las tres dimensiones de esta crisis, o sea el desmororamiento de sus tres pilares.
LA CRISIS DEL PILAR CULTURAL.
Comienzo por la crisis del pilar cultural, que incluye los valores, la ética, las ideologías, la religión, la educación, la racionalidad, que sustentan la civilización moderna. Esta crisis se manifiesta en el descontento, la ansiedad, la desorientación, la rabia, la falta de fines claros y de sentido de la vida. Especialmente de los jóvenes, que experimentan más fuertemente la desorientación y la crisis de sentido, pero no sólo de ellos.
Las religiones han perdido la credibilidad y la confianza que generaban. Las familias no educan, y están ellas mismas en crisis. Las ideologías ya no orientan ni motivan a las masas. La educación no forma en valores ni virtudes, y sólo entrega conocimientos fragmentados. Los medios de comunicación alientan el descontento. La clase política es percibida como corrupta y tampoco proporciona una guía consecuente en torno a un proyecto que convenza y que convoque. La racionalidad de la economía imperante no es aceptada por las mayorías, incluso si se comportan conforme a sus orientaciones de consumismo y endeudamiento. No hay modelos ni referentes éticos, más allá de personajes de la farándula y del deporte.
Las personas están desorientadas, porque carecen de una ética exterior y normativa que las convenza, y también de una ética asumida concientemente por la que se auto-orienten y dirijan. La subjetividad prima sobre la racionalidad, y se vive según las cambiantes emociones que suscitan las situaciones inmediatas. Muchos caen en adicciones, especialmente por alcohol y drogas.
Todo esto, si bien no afecta a todas las personas y grupos sociales, se va extendiendo y generalizando como un clima cultural compartido. Cunde el descontento y la insatisfacción. Diría que hay una hipertrofia del criticismo. Se legitiman comportamientos que la ética convencional no aceptaría.
Cuando el pilar cultural, ético, ideal, racional y espiritual que sustenta una civilización se desvanece, si no surge una nueva cultura civilizatoria, se va cayendo en lo no-civilizado, que suele llamarse "barbarie".
LA CRISIS DEL PILAR POLÍTICO.
Lo primero es precisar qué es lo que está en crisis. En mi opinión, nada menos que el Estado, convencionalmente llamado democrático, pero que en términos más rigurosos de ciencia de la historia y de la política, es el Estado burocrático-representativo con régimen de partidos políticos.
Este Estado burocrático-representativo y el régimen de partidos políticos que lo gobierna, han perdido en grande y creciente medida la capacidad de cumplir los fines y funciones que le son atribuidos al Estado en la civilización moderna, a saber:
Uno, asegurar el orden social, controlar la delincuencia, administrar justicia, garantizar la propiedad y los contratos.
Dos, encausar y dar curso racional a las transformaciones y cambios que son demandados por las dinámicas ideológicas y culturales de la sociedad civil.
Tres, regular y ordenar la economía para que sirva al bien común.
Cuatro, proveer los medios que aseguren la satisfacción de las necesidades básicas de la población en salud, educación, previsión social, etc.
Y cinco, cumplir todo lo anterior sin afectar sino garantizando las libertades fundamentales de creencias y pensamiento, de expresión y comunicación, de asociación y organización social.
Es cierto que cumplir todo esto que se le pide al Estado es mucho, y que nunca lo ha podido lograr cabalmente. Pero el problema no es la imperfección con que lo realice, que es inevitable. La crisis del Estado consiste en que, desde hace algunas décadas, ha dejado de avanzar en la dirección de ampliar y profundizar el logro de estos fines, evidenciándose por el contrario una grave, progresiva y acelerada pérdida de su capacidad de cumplirlos.
Consecuencia de esto es el distanciamiento y rechazo del orden político por grupos crecientes de ciudadanos, la fragmentación de la sociedad, una conflictualidad acentuada, la protesta y la ingobernabilidad de las masas, la corrupción de las instituciones, el desprestigio de la clase política. Y el populismo que a fin de cuentas es la peor forma de cumplir las funciones indicadas, si no es directamente su negación.
Cabe observar que esta crisis del Estado y de los partidos (del pilar político de la civilización moderna), está vinculado y en gran parte causado, por la crisis del pilar ideológico, moral y cultural.
LA CRISIS DEL PILAR ECONÓMICO.
En la mayoría de los países del mundo la economía crece, anualmente, entre el 1 y el 4 % cada año. ¿Cómo puede afirmarse que el pilar económico de la civilización moderna (la producción, la circulación, el consumo y la acumulación capitalistas) está en una crisis que se está acentuando y que incluso corre el peligro de derrumbarse?
Lo primero que puedo afirmar al respecto, es que el crecimiento no es señal ni indicador de salud y fortaleza. Esto ya lo pudimos apreciar al examinar la crisis del Estado como pilar político de la civilización moderna. El Estado viene creciendo desde hace décadas: aumenta constantemente el tamaño de su burocracia; las instituciones que protegen el orden público, que administran justicia, que regulan la economía, que proveen servicios de educación, salud y previsión social, tienen cada vez más personal, y disponen de presupuestos que crecen anualmente más que el crecimiento de la producción; los impuestos aumentan constantemente, demostrando que el poder del Estado para imponerlos a las empresas, a los consumidores y a los ciudadanos no ha sufrido merma sino, al contrario, parece cada vez más fuerte. Pero el hecho es que no obstante crecer, los fines y las funciones que tiene el Estado los cumple de modo crecientemente insatisfactorio. El crecimiento no es señal de salud, sino exactamente al contrario: pone en evidencia su crisis, su incapacidad de resolver los problemas y de cumplir sus fines y funciones, no obstante contar con mayores y crecientes medios. El crecimiento puede ser indicador de enfermedad, como ocurre con muchos órganos de nuestro organismo cuando se hipertrofian.
Y así sucede con la economía: su crecimiento no es necesariamente indicador de un buen funcionamiento y del logro de sus fines. Los fines de la economía son proporcionar una apropiada satisfacción de las necesidades humanas; asegurar el bienestar de la población; generar integración y progreso social; garantizar que los logros alcanzados en bienestar y progreso puedan sostenerse en el mediano y largo plazo, lo que a su vez implica asegurar la disponibilidad futura de los recursos y factores productivos indispensables.
Como la población crece y las necesidades de cada individuo, familia y grupo social se expanden, no parece que puedan cumplirse y mantenerse esos fines sin que la economía crezca; pero el crecimiento de la producción y del consumo, por sí mismo, no asegura ninguno de esos objetivos. Entonces, aún existiendo crecimiento ¿cuáles son las causas y las manifestaciones de la crisis del pilar económico de la civilización moderna?
Respecto a la satisfacción de las necesidades humanas, el problema es que la actual economía capitalista, financiera y consumista exacerba las necesidades, las aspiraciones y los deseos de los consumidores, de suerte que no son posibles de satisfacer con la producción que la economía genera y con el dinero que la circulación financiera y la distribución de los ingresos proporciona a los consumidores. Necesidades, aspiraciones y deseos que hace algunos años eran exclusivos de un sector pudiente de la sociedad, se han generalizado, expandiéndose las expectativas, sin que el mercado provea los medios para satisfacerlas. Ello da lugar, obviamente, a una creciente insatisfacción, frustración, malestar e infelicidad. El incremento del crédito, si en una fase contribuyó a equilibrar las demandas de los consumidores con los medios de pago disponibles, ahora acentúa el desequilibrio con un sobre-endeudamiento que exige pagarse con un porcentaje creciente de los ingresos de las personas y familias.
En cuanto a la integración social que la economía debiera proporcionar, la evidente concentración de los ingresos y de la riqueza que produce la actual conformación del mercado, genera una desigualdad que es percibida como inequidad por toda la población que no forma parte de los reducidos grupos favorecidos.
Y en cuanto al objetivo de la sustentabilidad, es sabido que el uso excesivo de los recursos naturales y de las energías no renovables, con sus consecuentes daños al medio ambiente y a la ecología, que son propios del industrialismo y del consumismo y que se agudizan con el crecimiento económico, constituyen una amenaza evidente a la futura reproducción económica, con todos los efectos que ya comienzan a observarse.
Estos son los elementos que permiten afirmar que la economía capitalista, industrialista, consumista y también estatista, que sustenta a la civilización moderna, está experimentando una profunda crisis, que continuará acentuándose en los años próximos. En síntesis: esta economía, precisamente porque crece y nadie la detiene en la dirección en que corre, está enfrentada a su agotamiento y a su progresivo derrumbe.
Por cierto, esta crisis del pilar económico se conecta estrechamente con las crisis del pilar ideológico, moral y cultural, como también con la crisis del ordenamiento político, ya analizados.
Surge inevitable la pregunta por el futuro: ¿Cómo se manifestará la crisis de esta civilización en el futuro próximo? ¿Qué podemos esperar a nivel de nuestras sociedades, y cómo nos afectará en nuestra vida cotidiana?
EL FUTURO QUE SE AVECINA.
Es muy difícil prever el futuro, y para saber lo que podría suceder sólo contamos con el análisis de las tendencias en curso, cuya prolongación en el tiempo es previsible, y con el conocimiento de la historia de las civilizaciones anteriores, cuyas fases de decadencia de lo viejo y de creación de lo nuevo muestran algunas regularidades que podemos suponer que también en esta ocasión se manifestarán. A lo anterior, yo agrego un tercer elemento indispensable de considerar: la acción del espíritu humano, que es creador, libre y autónomo, solidario y fraterno, y que siempre actúa pero que lo hace con especial intensidad en los períodos difíciles, en las crisis, en las agonías.
Con base en el conocimiento de esos tres elementos, podemos afirmar que la crisis de la civilización moderna, afectada simultáneamente en sus pilares cultural, político y económico, no se podrá detener. La declinación continuará, en una agonía que podrá ser más lenta o acelerada, más o menos intensa y dolorosa.
Pero al mismo tiempo podemos esperar el comienzo de la creación de una nueva civilización, en las mismas tres dimensiones de la cultura, de la política y de la economía. Dicha creación podrá ser más lenta o rápida, más o menos fácil o trabajosa, pacífica o conflictiva, según las condiciones de cada lugar, según las iniciativas de los sujetos que la levanten. Y según la fuerza del espíritu humano creativo, autónomo y solidario.
Modificando la tan manida metáfora del vaso medio lleno o medio vacío, sostengo que veremos en el futuro un vaso casi lleno que se irá vaciando, y un vaso casi vacío que se irá llenando.
El vaciamiento de la civilización moderna comportará dos dinámicas simultáneas y recíprocamente condicionadas. Por un lado, el debilitamiento e inseguridad creciente de las actuales élites económicas, políticas y culturales, cuyas capacidades de organización y conducción continuarán decayendo; y por otro lado, un malestar creciente de las grandes multitudes subordinadas, que incrementarán sus protestas sociales, el irrespeto de las leyes y la insubordinación a los gobiernos, y que experimentarán una paulatina disgregación, desorientación y empobrecimiento. Las élites económicas y políticas podrán ofrecer a las multitudes descontentas, algo más de lo mismo que han ofrecido hasta ahora, que podría paliar levemente el descontento; pero no algo diferente, porque nadie da lo que no tiene. En Chile ¿una nueva Constitución? Sí, será necesaria. Siempre que no sea elaborada por esas mismas élites políticas que están en crisis, y que surja de procesos reflexivos, dialógicos y deliberativos en que todos los sectores participen y que requieren madurar en el tiempo.
Pues, en cuanto al surgimiento de una nueva civilización, conviene considerar lo que ha sucedido en los anteriores procesos históricos de implantación de una civilización nueva cuando la anterior se derrumba. La alternativas son, en grandes líneas:
POR LA RAZÓN Y EL ESPÍRITU, O POR LA FUERZA Y LA VIOLENCIA.
Hemos visto que el derrumbe de la actual civilización comenzó con el deterioro y decadencia del pilar cultural, moral y espiritual. La creación de una civilización nueva tendrá que comenzar desde ese mismo nivel intelectual, moral, cultural y espiritual, y a partir de allí podrán irse construyendo los nuevos pilares económico y político.
Pero la relación entre el nivel cultural, intelectual y espiritual, y los niveles político y económico, es compleja y requiere atenta consideración.
El historiador inglés Arnold Toynbee enseña que las nuevas civilizaciones surgen en respuesta a grandes problemas y desafíos naturales o sociales que la civilización existente no es capaz de resolver. Señala que en la formulación de las respuestas a esos problemas y desafíos y en la formación de las nuevas civilizaciones, han tenido siempre una importancia decisiva el desarrollo del conocimiento y los factores culturales, espirituales y religiosos. Y señala también que en el establecimiento de las civilizaciones, han jugado un papel importante la fuerza y la violencia política con que se imponen las nuevas soluciones y respuestas.
Es interesante observar la paradoja histórica: las fuerzas intelectuales, morales y espirituales portadoras de respuestas civilizatorias nuevas, muchas veces se han impuesto por la fuerza y la violencia. El resultado es, obviamente, que las civilizaciones así generadas se consolidan como sistemas de dominio, y las energías religiosas, espirituales y culturales resultan y terminan asociadas al poder dominante, y se contaminan y corrompen.
En mis novelas de Anticipación Histórica he representado la instauración de una Dictadura Constitucional Ecologista, global, fuertemente represiva de los individuos, de la política y de las empresas, que se genera a mediados del siglo XXI debido a la incapacidad de las democracias para enfrentar los desafíos del orden social, la construcción de una nueva economía, la recuperación del medio ambiente y del cambio climático. Abrigo la esperanza de que algo así no llegue a ocurrir, y que una nueva civilización llegue a establecerse mediante procesos civiles y democráticos. En esas mismas novelas represento el lento pero seguro surgimiento de una nueva civilización más justa y solidaria.
Por eso es importante comprender por qué las respuestas culturales, morales y espirituales pueden terminar imponiéndose por la fuerza y asociándose al poder; y qué se requiere para que se establezcan pacífica y armónicamente, por la fuerza de la razón y del espíritu.
La explicación de la imposición por la fuerza debe buscarse en el hecho de que, de la existencia de los problemas de la civilización en crisis, toman conciencia grandes multitudes; pero la elaboración de las respuestas necesarias es asunto muy complejo, y suele ser realizada sólo por una parte de la sociedad, por algunas clases o grupos menores, por élites intelectuales y políticas. Estas, ante el proceso de descomposición inevitable de la civilización anterior, urgidas por las circunstancias, convencidas de tener las soluciones, se organizan para imponerlas y luchan hasta que lo logran.
Lo digo de otro modo. Es muy evidente la crisis de la civilización moderna, y casi todos tomamos conciencia de que la humanidad debe enfrentar hoy problemas y desafíos gigantescos: económicos, sociales, ambientales, políticos. Pero la elaboración intelectual, cultural y espiritual de las respuestas a los desafíos es realizada por algunos grupos especialmente conscientes y lúcidos.
Pero no es la única posibilidad, y quiero creer que actualmente los medios de comunicación disponibles a nivel descentralizado, y las tecnologías que actualmente facilitan la toma de conciencia colectiva de los problemas y desafíos que enfrenta la humanidad, están igualmente en condiciones de socializar la participación de muchos en la elaboración y realización de las respuestas intelectuales, culturales, morales y espirituales necesarias para superarlos.
Creo que aún hay tiempo para avanzar por el camino de la persuasión y de la participación social en la elaboración intelectual y en la realización práctica de las respuestas nuevas, cuya difusión y expansión podrá acelerarse si las nuevas formas económicas, políticas y culturales de la nueva civilización demuestran que proporcionan una vida mejor y más feliz, y que generan formas de convivencia armoniosas, justas y solidarias.
Por eso, junto con expandir la conciencia de los problemas debemos elaborar cultural, intelectual y espiritualmente las respuestas y soluciones a ellos; y mediante actitudes y comportamientos coherentes, e iniciativas creativas, autónomas y solidarias, iniciar la creación de la nueva civilización, en la escala que nos vaya siendo posible, persistiendo en el esfuerzo de expandirla, enfrentando las dificultades que se presenten y superando los fracasos que puedan experimentarse.
Me viene a la mente una imagen muy hermosa pero también muy fuerte y exigente propuesta por Niko Kazantzakis. Frente a la pobreza, la injusticia y la opresión, el pueblo alza los brazos al cielo, los agita y clama. Protesta, demanda, propone, exige. Pero eso no resuelve los problemas. Es necesario, dice Kazantzakis, que esos brazos, de tanto agitarse, se conviertan en alas. Que aparezca, que emerja la fuerza moral y espiritual que tenemos dentro. Lo que tampoco es suficiente. Es necesario que con esas alas que nos hayamos dado, aprendamos a volar, con vuelo propio. Y agrega que, si dejamos de sacudir el aire con esos brazos y esas alas y no aprendemos a volar espiritualmente, esos brazos y alas se entumecen, se endurecen y se convierten en cadenas. Es lo que sucede cuando la protesta social y la energía moral y espiritual no se traducen en iniciativas creativas, autónomas y solidarias, permaneciendo ancladas en la crítica, la denuncia y la exigencia, o peor aún, si se traducen en violencia, en poder y en fuerza dominadora.
Luis Razeto