El
historiador Fernand Braudel, en su libro Las Civilizaciones
Actuales, sostiene que las civilizaciones surgen “marcadas por
las tierras, los relieves, los climas, las vegetaciones, las especies
animales, las condiciones naturales, el medio ambiente natural y
transformado”. Siguiendo a Arnold Toynbee, señala que para que se
origine una nueva civilización “es necesario que la naturaleza se
le presente al hombre como un desafío, como una gran dificultad que
vencer; si el hombre acepta el desafío, pone los cimientos de una
civilización”.
Pocas
dudas caben de que la naturaleza y el medio ambiente plantean hoy a
la humanidad desafíos inéditos, gigantescos, de esos que obligan a
crear y desarrollar una civilización nueva, distinta a las
anteriores. El cambio climático y los fenómenos de sequías e
inundaciones que se le asocian; la contaminación de la atmósfera y
de los océanos, ríos y lagos; la desertificación y los incendios
de bosques; la extinción de especies y los desequilibrios
ecológicos; el agotamiento de energías fósiles y de importantes
recursos naturales no renovables; son realidades que se están
acentuando, que desafían a la humanidad entera, y que nos plantean
la necesidad de encontrar mejores formas de alimentación, de
generación y empleo de la energía y de los recursos naturales, de
ocupación y habitación del territorio, de producir, de consumir, de
desarrollarnos.
Rasgo
distintivo de las civilizaciones ha sido en el pasado, y es en el
presente, su modo particular de establecer las relaciones entre los
humanos y la naturaleza. Como dice el mismo Fernand Braudel, “una
civilización es una economía”, entendiendo que la economía es,
en su esencia, el proceso de intercambio vital entre los humanos y la
naturaleza, que los transforma a ambos.
Pero
especifica el mismo autor: “Es verdad que en el origen de una
civilización hay un reto de la naturaleza; es verdad que hay una
respuesta de los seres humanos; pero no es forzoso que a consecuencia
de ello surja una civilización; surgirá cuando se hayan encontrado
respuestas mejores a las anteriores”, que superen el desafío.
Y
encontrar y desarrollar respuestas mejores; y principalmente una
nueva y mejor economía – la economía solidaria, cooperativa y
colaborativa que proponemos y que ya muchos practicamos – depende
básicamente de nuestro conocimiento sobre la realidad que es
necesario transformar; de la creatividad con que abordemos la
búsqueda y la proyectación de soluciones originales y eficaces; de
la autonomía de nuestras iniciativas respecto a los modos anteriores
de afrontar los problemas; y de la solidaridad que manifestemos en la
organización de la sociedad. Y aún más en la base de todo ello,
como condición de todo ello, tendremos que desarrollar nuevos modos
de ser, de vivir, de aprender, de trabajar, de consumir, de
relacionarnos, de comportarnos, de organizarnos, que a su vez suponen profundizar la comprensión del sentido de la
vida, elaborar una nueva ética individual y social, y desplegar una
renovada espiritualidad.